Abro una red social y me pregunta qué estoy pensando. Pues bien, pienso que no me gusta nada lo que nos está dejando esta desescalada. Lo que debería ser motivo de celebración (por fin estamos viendo datos esperanzadores que nos permiten poco a poco retomar nuestras vidas) y de respeto (a lxs que han sufrido y siguen sufriendo las consecuencias de esta pandemia que está azotando el mundo entero) se está convirtiendo en un campo de batalla en el que todxs queremos imponer nuestros argumentos por encima de los de lxs demás. Últimamente la política ha mutado en una suerte de fanatismo donde el debate se limita a una absurda lucha de egos.
A la escasez de respuestas y soluciones, se ha unido un clima de crispación y violencia verbal con declaraciones en el Congreso o en los diferentes parlamentos autonómicos que alientan incluso al enfrentamiento en las calles. Cuando más necesario es un discurso de cordura, unidad y futuro, más se han visto las carencias de las diferentes fuerzas políticas para llegar a acuerdos consensuados e imponer el bien común por encima del electoralismo o los intereses individuales. Si el de enfrente levanta el tono, su ego no les permite ser menos; si es necesario ensuciarse para demostrar ser más fuerte, no tendrán ningún inconveniente en bajar al barro. Qué lejos y qué aisladas quedan las intervenciones de Rita Maestre junto con Martínez-Almeida; un oasis en el desierto.
Si ver a nuestrxs representantes públicxs rodeadxs de moscas no fuera suficiente, ha surgido una corriente de pseudoperiodistas que, ya sea en las profundidades de las redes sociales o en el prime time de las principales cadenas privadas, han decidido echar más leña al fuego. Unxs han optado por la provocación y el desvarío para promocionarse y otrxs, por la crítica feroz para ajustar cuentas pendientes. Lo peor es que sus miserias son compartidas masivamente. Si la pandemia es horrible, todo esto no lo es menos. Ya nadie habla de Sanidad, del esfuerzo de todxs, de nuestrxs mayores; los mensajes de ánimo que nos iluminaban de esperanza por dentro, los niños y niñas con su arco iris haciendo más llevadero el sufrimiento o los aplausos de reconocimiento a todxs aquellxs que pasaron de ser ciudadanxs anónimxs a auténticos héroes y heroínas, han desaparecido. Ya nadie habla de que en las ciudades se respira mejor, ni se reciben mensajes con preciosos textos empujándonos a aprovechar la oportunidad para salir de esta crisis siendo mejores personas y por tanto construyendo mejores sociedades. No, ya nadie habla de esto. Todo ese discurso de luz, se ha sustituido por fascistas/comunistas, patriotas/antipatriotas, reproches, insultos, amenazas, agresiones… como si viviéramos en un clima de pre-guerra. Las calles se llenan de sonidos estridentes, de panfletos incendiarios, y volvemos a pasear rodeadxs de plásticos que protegen nuestras manos, pero enferman nuestros pulmones tanto o más que el Covid19. No nos damos cuenta de que los dos mayores retos que nos tienen en jaque no son la recesión, ni la caída del turismo, ni siquiera el virus; los dos mayores retos que nos amenazan son la convivencia y la sostenibilidad del planeta.
En el plano personal, hasta hace muy poco, me he enfrentado de manera espartana a diferentes entornos “hostiles”. ¿Quién no tiene un grupo de Whatsapp donde se ha tenido que morder la lengua o que ha utilizado como ring virtual? Ser más listo que el “oponente” era más importante que la propia razón. La conclusión a la que he llegado es que ese tipo de conversaciones “frontón” no llevan a ningún sitio; únicamente generan frustración y un gasto de energías que se podrían dirigir a otros horizontes más enriquecedores. No vamos a convencer ni cambiar a nadie, de hecho, lo único que conseguimos es levantar trincheras, muros inquebrantables contra los que darnos cabezazos. Y a su vez, nosotrxs nos parapetamos en los propios. Mi estrategia para defender mis ideales con uñas y dientes siempre ha sido la lucha dialéctica, la confrontación intelectual, pero no funciona. En las peleas de gallos los dos gallos pierden y el que siempre gana es el que te jalea desde el estrado agitando sus billetes. Así que he decidido cambiar de estrategia y defender mis argumentos con sinergias y vibraciones de luz. He decidido priorizar en positivo, aunque ello implique dejar de defender mis ideales con uñas y dientes; sin embargo, pensándolo bien, quizás el amor, los cuidados y la empatía hacia los que no piensan como yo son mis mejores argumentos y la mejor manera de defender mis ideales. Si llega un segundo brote, espero que tengamos ya disponible la vacuna contra el ego.
Rubén R. Mena
Suscribo todo al 100% Ruben. Tengo los mismos sentimientos y la misma sensación personal de crispación en grupos de whatsapp, que intento evitar. No podemos dejar que políticos y medios fanáticos trasladen a la población su campo de batalla. Un fuerte abrazo desde Alcalá de Henares, y gracias por compartir tu luz.
Muchas gracias por tu comentario, Pedro. Un abrazo grande desde Bilbao.
Estupendo artículo Rubén,
Comparto contigo cada una de tus palabras.
Una lástima que esta historia que aunque triste, muy triste, parecía tenía un bonito final, se ha enturbiado de odio. Un odio de otro siglo, que solo el de mente y corazón muy cerrado puede generar. En nuestras manos está educar a nuestrxs hijxs en igualdad para erradicar estas mechas que aunque parecían desaparecidas, siempre regresan, cargadas de odios.
Gracias