Yo escucho y quiero respirar el aroma de un cielo que es de todos y parece que siempre está fragmentado. No he pedido nada, solo absorbo como esponja o como niña, cuando me contaban un cuento antes de coger el sueño.
Sueño, el que tenía en mente mi abuela transmitiendo en silencio a su hija, mi madre, que a su vez para esta generación, fue su único deseo casarse en los años 60, cuando nuestra sociedad comenzaba a respirar con los pasos lícitos de mujer, y muchas de ellas aún tenían que abandonar sus trabajos para ir al altar y llevar cabellos cortos como canon.
Hoy soy nieta e hija de un sistema todavía precario y oscurecido por políticas mal empleadas y en otros cursos de orilla traficada por amiguismos y comodidad de asiento para sufragar una mejora en calidad de vida solo para unos pocos.
Y mal entendidos mis pasos por no hablar o recitar en los mismos términos llenos de etiquetas y bautizados con sin sabores, espejismos y deseos que con la juventud y título reconocido no pudo la vida posicionar en asientos de piel, con un buen coche o dos y dos casas como reconocimiento social y político.
Me encuentro mirando esta noche los barrotes de la ventana de mi cocina, con los olores tardíos de una cena llena de dudas.
Familia, amigos y señores vecinos, los recursos humanos, no solo son una estadística llena de números, nombres sin foto, ejercicios contables, y etiquetas de título.
Mi abuela, madre y tías con su ejemplo y camino en esta vida, me han dejado impregnado mi ADN con una gran sabiduría como capital humano, manos trabajadoras y una mente rica, llena para dar, crear y estar viva por una sociedad que debe crecer plural, y sobre todo luchar por una humanidad que cada día grita en silencio por sobrevivir y dejar a sus hijos un futuro no solo mejor, sino un camino limpio fuera de toda etiqueta, raza, religión, tenencia económica, o institución medieval regida por protocolos y sesiones administrativas.
Te acompaño Pilar en tu cena llena de dudas, para compartirlas, para saborearlas contigo, para aderezarla con las mías y romper las soledades que cortan la digestión y dejan regustos difíciles.
Gracias por tan bellas letras, por el espíritu limpio que tanta falta hace en estos días.Enhorabuena.
Un texto precioso, Pilar. El legado de madres y abuelas, con valores que, ahora parecen caducos por omisión, dieron y siguen dando sentido al caminar de sus hijas y nietas. Sus pequeños actos, a veces arriesgados, son las señales que nos guían en este camino que llamamos vida.
Un abrazo.
Rosario