Hace exactamente veinte años, en el mes de marzo de 1996, la revista local «Eclipse», editada por el Colectivo Utopía, publicó en su número cero el texto que hoy traemos aquí. Por aquel entonces (año 1996) sonaban aún con frecuencia los tiros en la nuca de ETA y estaba muy reciente el caso Anabel Segura, joven de La Moraleja cuyo secuestro (y posterior asesinato) conmocionara a la sociedad española, hoy también aterida por los atentados de Bruselas. Hace exactamente veinte años, escribí «Pena de muerte».
Pena de muerte
Para los que matan en el nombre de la ETA, que no en el de Euskadi, para quienes confunden la reivindicación de la independencia con el asesinato, para quienes incitan al odio desde la mentira y el crimen;
para ellos,
y para los que armaron sus manos con falsas razones y mataron en el nombre del Estado, para aquellos mercenarios que querían asesinar etarras y secuestraban por error, para los criminales sobre cuyas conciencias pesan Lasa y Zabala, y Segundo Marey, y Lasa y Zabala en una fosa de cal;
para ellos,
y para quienes amparados por la noche secuestraron y luego asesinaron a la joven Anabel, para quienes torturaron durante años a sus padres con incertidumbre y falsas esperanzas, para quienes se instalaron en la crueldad, inconscientes e idiotas;
para ellos,
y para los soldados de oscuro obedecer que asesinan indígenas en las selvas intrincadas, para esos criminales desalmados que ejecutan campesinos desarmados a la sombra de Occidente, Rigoberta;
para todos ellos,
y para tantos crímenes que tú y yo sabemos abyectos, yo exijo…
un juicio justo, y que sean mujeres y hombres justos -y no asesinos- los que juzguen y condenen -serenos como deben ser los jueces- a los asesinos.
Porque, amigo mío…
yo no estoy a favor de la pena de muerte. No, no lo estoy. Yo estoy a favor de la alegría de la vida. Y aunque la alegría de la vida se convierta muchas veces en algo poco menos que utopía, es preciso seguir luchando por ella, para que seamos nosotros, desde nuestras utopías, los que impongamos nuestras alegrías a todos esos hombres que quieren imponernos sus tristes penas.
Ana Baraca
Imagen: Amnistía Internacional