En mi infancia tuve como amigo, entre otros, a Pedro. Vivíamos en un precioso pueblo de Cantabria, rodeados de naturaleza por todos los lados. Ambos, como casi todo el pueblo, procedíamos de humildes familias.
Pedro desde niño siempre soñaba en convertirse en alguien adinerado, rodeado de lujos. Lo tenía muy claro, el éxito representaba dinero y poder.
Cuando fue a la universidad estudió empresariales. Nunca disfrutó de su juventud. Su única meta consistió en obtener mejor expediente que cualquiera de sus compañeros.
Acabada la carrera, encontró rápidamente trabajo en una importante empresa cántabra. Pasados unos pocos años llegó, entre otras cosas, a base de zancadillas y traiciones, a director de la empresa.
Creyéndose un dios para los negocios, se enredó en la espiral del consumismo y la competencia. Coleccionaba coches de lujo y se compró un chalet de ensueño con vistas a la playa de El Sardinero. Llegó a ser presidente de un equipo de fútbol. La relación con sus orígenes, familia, amigos, pueblo, desapareció totalmente.
Al pasar de los años, comenzó a convivir con gente que le hizo transitar por el mundo de las drogas, el sexo, el juego, olvidando escrúpulos y sentimientos por algún rincón. Perdió a su esposa, hijos, y bienes materiales. Sus ahorros se volatilizaron y se esfumó su dignidad.
Salvo un par de veces, desde nuestra juventud, no le volví a ver, entre otras razones, por haberme venido a los 17 años, con mi familia, a vivir a Alcobendas.
Sabía de él por su familia o por los amigos del pueblo, con los cuales, pese al paso de los años sigo manteniendo una muy buena relación. Cuantas veces voy a Cantabria quedo con ellos y nos juntamos las familias a comer.
En una de esas «quedadas» me comentaron que Pedro se había venido a Madrid. Y casualidades de la vida, transcurridos unos años, practicando mi afición a la fotografía por la zona de Azca, veo a un hombre sentado en el suelo pidiendo, y me acerco a él. Suelo tener por costumbre charlar un rato con gentes que viven en la calle, y posteriormente pedirles permiso para hacerles una foto. Algunos aceptan y otros no.
Pero volviendo al mendigo de Azca, tras un rato de charla, le pregunto de donde era, y al decirme que de Cantabria de un pueblo llamado Villasuso de Cieza, me doy cuenta que se trataba de Pedro, mi amigo de juventud. Tras pensarlo unos segundos, y en el convencimiento de que probablemente a él no le gustaría que le dijese quien era yo, y sintiendo una enorme pena de verle así, me levanté y le dí algo de dinero. Por la zona compré ropa y comida para él. Volví al sitio donde estaba, pero se había ido. ante lo cual me pregunté si el también me habría conocido y por eso se fue.
He vuelto varias veces por Azca y no le he vuelto a ver. He preguntado a otros mendigos pero nadie ha sabido decirme nada de él.
Vivo con la duda de si actué correctamente al no darme a conocer.
Si es así lo lamento mucho, querido Pedro. Yo sigo buscándote. Necesito abrazarte, y si me dejas, ayudarte.