Una pregunta nos ronda la vida: ¿Por qué la historia la escriben los malos, la dirigen los malos, la gobiernan los malos? ¿Cuál fue el momento en el que ser humano decidió que unos hombres valían más que otros, podían más que otros, eran más que otros…?
El desequilibrio se asentó en algún instante de la línea del tiempo y los dueños –de hombres, mujeres, niños, niñas y tierra- necesitaban una poderosa herramienta que sustentara la desigualdad que alimentaba su granero, su caja fuerte.
Y el miedo, esa emoción común que funciona ante las amenazas de la realidad cotidiana o ante las imaginarias, hijas del desconocimiento, se reveló como instrumento poderoso de control. Y ahí pervive, más allá de siglos, cadenas, sogas, esposas,… hambre, Dios y dioses, guerras,…
El miedo siempre enemigo de la libertad, deambula sin cortapisas en una sociedad que puso la vida y la seguridad en el mercado. El temor anida en el cerebro y cual metástasis pretende ocupar el cuerpo entero con la clara intención de paralizar la disidencia.
El imperio de los malos, el lado oscuro, precisa del miedo y la mentira, se apoya en lo feo, lo turbio, colaborador indispensable, y siempre teme que algo rompa el silencio de los buenos. Un equilibrio inestable, que ni Clint Eastwood sería capaz de cuadrar.
Pero pronto y siempre hubo hombres y mujeres que no aceptaron la sumisión como comportamiento, y la historia de la esclavitud y la explotación está salpicada de rebeldía dispuesta a hacer frente al terror, al pánico, a la tortura, a las amenazas, al temor de ser castigados, repudiados, por humanos o por dioses.
La ciencia nunca quiso transitar los senderos del miedo, aunque la hoguera se interpuso en su camino, y sino que se lo pregunten a Miguel Servet, o a la Comunidad Científica de nuestros días que ha visto hacer cenizas sus advertencias sobre la emergencia climática.
Rebelde fue y es la cultura indómita, esa que anda entre pucheros de creatividad, provocación y búsqueda, como lejos de temores anduvo siempre la honestidad, esa cualidad en peligro de extinción tan ligada a la verdad y a la justicia que no entiende de velos y camina sin ambages frente a vientos y mareas.
Pues aunque son tiempos de cólera y la historia mediática la siguen contando los malos, la memoria limpia continúa resguardada en la actitud de las buenas gentes que cada día nos dan ejemplos, lecciones que no cuentan los diarios, ni las teles, pero que están ahí, como el gesto generoso de donar el cuerpo a la Ciencia, para que más allá de la muerte la vida continúe avanzando.
Uno de esos hombres buenos, vecino de Sanse, se nos fue hace unos días, uno de esos para los que vivir era apostar a no perder, a no ceder frente a la intolerancia ni el miedo, y que puso en manos del avance de la humanidad todo cuanto quedó de él. ¡Hasta siempre Alfonso!
Sin miedo, continuamos.
Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes lucharon muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
D.E.P.