“Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”, cita muy española del muy español Rafael Guerra. Muy española, porque es una extraordinaria parábola de nuestra paradójica existencia. De un pueblo humildemente sabio, que basa su conocimiento en embadurnarse del entorno y desprecia históricamente la didáctica, la pedagogía, el método. Viene muy al caso para explicar el no acuerdo, la supuesta incapacidad de los dirigentes políticos para alcanzar un pacto de gobierno y sacarnos, de esta manera, de la parálisis institucional que parece vivir el país. Otra torpeza más de la clase política española… o no.
Abro un paréntesis para una breve perorata sobre España, los españoles y sus políticos. ¿Acaso son tan malos estos últimos en comparación al resto de sus compatriotas?, ¿estamos ante la idea platónica de que los dirigentes tienen que ser los más formados, los mejores sujetos de la sociedad, pero en esta ocasión totalmente al revés?, ¿son más morales e íntegros los almaceneros, periodistas, docentes, ejecutivos, marmolistas y baloncestistas, que los políticos? Yo me quedo con que reflejan, en algunos casos mejorándola, a nuestra sociedad. Es un poco de ese otro dicho muy de aquí de “tenemos lo que nos merecemos”
Cierro paréntesis, reabro los pactos. Y ante la imposibilidad de acordar, se ha construido un pensamiento casi único, un mantra con el que atizar de forma generalizada a los responsables políticos de que se vuelvan a repetir las elecciones. Hay casi unanimidad, periodistas y periódicos, tertulianas y radios, tertulianos y televisiones, parroquianos de iglesias (lugares de culto, no Pablo) y de bares, almacenes y almaceneros, ¡hasta los propios dirigentes protagonistas del desacuerdo! Todos los culpan y se culpan de falta de sentido de estado, de intransigencia, de mucho dogmatismo, de poca flexibilidad y nula capacidad de negociación. Señores que velan únicamente por sus intereses, coceando los de los demás, los del resto de españoles. En el colmo del mensaje machacón, algunos miembros del PSOE acusan a Podemos de “buscasillones”; cabrá mayor contradicción: te rechazan un pacto en el que algún sillón ofrecerás al rechazador ¡y le acusas de sólo querer sillones! Válgame el viento.
Parece obvia mi postura, fruto del divertido ejercicio de ir casi siempre a la contra. Te obliga a estrujarte un poco las meninges:
-La gobernabilidad de un país no es el reparto de una herencia
-La economía no entiende de transversalidades (cuidado Iñigo), o se gobierna para la mayoría -con impuestos progresivos, lucha contra el fraude fiscal y la gran evasión de capitales, flexibilidad en el pago de la deuda, fin del austericidio- o se gobierna para la minoría privilegiada.
-Los ministerios no se pueden repartir en función a los gustos de las distintas formaciones acordantes: ¿recortamos en Sanidad obedeciendo los postulados de la troika, y sin embargo aumentamos el gasto y nos declaramos en rebeldía en Educación?, ¿rebajamos el IVA cultural, pero a la vez aumentamos la partida del ministerio del Interior para aumentar la represión policial?
-La ideología existe, más que nunca, y debe definir el camino a seguir por un gobierno, su estrategia, su firmeza, y si su compromiso es con los votantes y el pueblo o con las oligarquías europeas.
Es claro que tal y como se van a repartir los escaños en las elecciones del próximo mes de junio, los pactos serán necesarios, pero que sean entre formaciones con un mínimo común, con diferencias pero sin extravagancias, con el deseo real de gobernar desde una visión determinada y no desde el único interés de calmar y satisfacer a los mercados. Algún líder de la derecha española ha afirmado que “es preferible ir a unas nuevas elecciones que pactar un mal gobierno” Cierto, estoy de acuerdo, pero qué cinismo, ¿verdad?, si lo han intentado y han propuesto casi todo.
Debemos ser coherentes, lo más fieles posible a nuestros postulados y al programa electoral, sin convertir en algo imperativo la formación de gobierno. Me niego a admitir que no pactar sea un fracaso, más cuando llevamos unas cuantas legislaturas en las que “el gran pensamiento uniforme”, no ha dicho ni pío sobre la ausencia total de pactos en gobiernos con mayorías absolutas. Es más, el último gran acuerdo que me llega a la memoria (reforma del artículo 135 de la Constitución), me invita a pasármelo por zonas no muy nobles.
Lo que no puede ser, no puede ser. Ni aun siendo posible.
erneSTOPerez