La sal del pan, de esa pequeña pero coqueta tienda de un barrio de Sanse que desaparece al filo del cuchillo de grandes superficies, no la puso el panadero esta mañana…
Esa sal provenía de la lágrimas tristes e impotentes de la chica que guardaba el pan a sus vecinos, que elegía las barras al gusto de cada uno de ellos, y les daba media barra porque a veces la señora Pilar comía sola y con eso tenía bastante.
Esas lágrimas brotan sobre los miles de recuerdos de cada estantería, de cada botella, de cada flor pintada o cada caramelo, o el móvil de Esther o la banqueta de Miguel…
Nuestros padres besaron el pan y hoy ahora… alguien lo llora…
Pan y Rosas se apaga, se cierra, cae abatida después de un lucha titánica, de intentar e inventar maneras de sobrevivir, pero una vez más los poderosos, que no los fuertes, vencen… se cerrará su puerta verde, pero no desaparecerán sus historias, sus amigos, ahí estarán Lolo, Henar, Conchi, la gente del mercadillo, Irene, Rafa, Javi, Marcelo, Helena, Antonio, Angelines, Elena, Isabel… Ahí se quedan amistades, conversaciones, niños que han crecido con las chuches de Nines y los abrazos de Bego al pasar bajo el mostrador…
Mañana no habrá pan en Pan y Rosas… ¡Una pena!
Conociendo a esas chicas no sólo vendían pan , regalaban abrazos y alegría.cuando uno salía con su barra de pan también salía reforzado de amistad.
Seguro que el barrio a perdido una tienda , pero no a las personas.
Suerte y un abrazo