Este es un Chopo monumental, un signo de vitalidad en un Mundo descompensado, un árbol longevo si se tiene en cuenta que esta especie no acostumbra a vivir más de 100 años. Este digno ejemplar, a juzgar por el diámetro de su tranco, habrá vivido muchas primaveras, sufrido severos veranos, disfrutado de la candidez de sus otoños, y soportado estoicamente el rigor y la dureza de los crudos inviernos.
Está solo en medio de unas tierras de cultivo al noreste de SanSe, próximo al cauce del arroyo Quiñones y muy cerca de la rotonda del Dublineses, por la que todos los días deportista y paseantes de los nuevos barrios de este pueblo, pasan dirigiéndose hacia la pista verde, la que discurre entre nuestra ciudad y su dehesa, siguiendo el lamentable cauce seco y sucio del arroyo.
Sí cruzas la rotonda o pasas por ella fíjate en el árbol, es el Chopo, le veréis frente a vosotros según venís del hospital. ¡Mirad que porte muestra, y que planta tiene¡. En primavera sus ramas brotarán de verde el horizonte, las ramas que servirán en verano para refrescar las tierras secas que le rodean, manteniendo la humedad del entorno que dará vida y esplendor al espacio que habita.
En el mediodía del otoño parece un faro que surge altivo en tierras de SanSe, iluminado como un sol, para que se le vea bien, y orientar así a los seres animados que van de acá para allá. Si os fijáis cuando el aire mueve sus ramas, veréis destellos que encenderán una sonrisa para que caminéis contentos, como seres felices, como personas honestas.
Fulgurantes destellos que iluminan realidades que viven próximas a nosotros, de las que en cualquier momento, si te dejas llevar por el influjo de su luz, puedes toparte inesperadamente con un encuentro festivo, y danzar de repente junto a Nomos que habitan en la dehesa. Seres de paz sin duda estos nomos que viven en nuestra dehesa, entregados al buen hacer y al buen vivir, grandes amigos del Chopo y de la tierra que le sustenta. Con ellos lo pasaras bien.
En el otoño por las tardes, sus tonos dorados sosegarán los pasos del caminante, dándole tiempo para que pueda organizar sus deseos, y aclarar los buenos pensamientos que fluyen cuando estamos serenos. Sueños de gente despierta, de seres libres, sensibles, y por ello seguros e infranqueables.
A últimos de otoño, encontraremos al Chopo febril, revolviéndose contra el viento que con vehemencia quiere desnudarle agitando violentas sus ramas, para presentarle humilde ante el invierno. Pero su silencio en mitad del frío será sobrecogedor, para no espantar con inquietantes rumores ni murmullos desconcertantes, los sueños que llegan desde una primavera futura, en la que volverá a renacer como todos los años desde el día en el que germinó. Tomó la vida plantándose en medio de la tierra como árbol, para darnos como siempre han hecho cobijo y consenso.
Sin duda un prodigio de la naturaleza este chopo, que un año tras otro renace ilusionado, verde, confiando en que le vamos a cuidar. Porque no permitiremos que hiele cuando se encuentre en plena floración, ni que suba la temperatura cuando le toca invernar. Porque nuestro chopo al que tanto necesitamos, por todo lo que este y otros árboles nos dan, podrían morir si no llueve cuando debe, ni como tiene que hacerlo, cuando el aguacero cae en tromba y los vientos se aceleran como nunca antes, entonces le quitan el sustento y la vida.
Otras muchas circunstancias, que no estamos viendo por no saber mirar, por no observar ni luchar, pondrán en peligro a este magnífico ejemplar de chopo, y al resto de los seres vivos, si no somos capaces de combatir eficazmente el cambio climático, sobre el que ya no tendréis muchas dudas.