Las nieblas se extienden en estos primeros días del año y no faltan nublados que deciden que son los árboles quienes no nos dejan ver el bosque y sacan el hacha a pasear, ligera, inconsciente, rabiosa. Pero la visibilidad no crece, empeora, y el oído gana lo que el ojo pierde y trata de distinguir sonidos en el ruido incesante. Ruido ambiente, ruido mediático, ruido de guerra.
Los árboles en su caída desdibujan el paisaje y dejan huérfanos, desahuciados, Co2, ruido y desmemoria. Sus anillos testigos del tiempo caen a plomo, golpean y colaboran con el estruendo de la ciudad, ese espacio concebido para habitar que no deja un huequito al silencio, ni al reposo, ni a la sombra, ni a la fresca…
La tala mata, y a veces provoca un grito de consciencia, una elegía a la madre tierra que se asfixia, y una elegía por nosotras mismas, un lamento que se pierde en más ruido, en el mar de decibelios del ruido mediático que cuenta historias de desconexión y aturdimiento.
No somos Juan Ramón Jiménez a quien el zumbido de un insecto estorbaba su creación poética, nuestras generaciones somos animales nacidos y crecidos en mitad del bullicio, con él nos batimos en duelo cada día, y nos toca agudizar sentidos para distinguir las melodías, los discursos y el sentido de sus pasos.
Y es que las ondas y frecuencias continúan teniendo dueños, con nombres y apellidos, y con marcas y bancos, y fondos de inversión que constantemente hacen mucho, mucho ruido, tanto como el ruido de la guerra y el silencio cómplice sobre el exterminio, y se niegan a dejar espacio ni rendija para emitir en limpio, sin mentiras, sin ruido, porque juegan sucio.
Y los dueños de las ondas y de las frecuencias se apuntan a la algarabía de estraperlistas que hacen el agosto en tiempos de crisis y que gritan enfadados y amenazan con marcharse porque no quieren pagar impuestos por los beneficios extraordinarios, especuladores. Y es que no hay derecho que ganando un 15% más, unos 11.000 millones de euros en un año, la señora Botín tenga que pagar un 2%, algo más de 200 millones en impuestos, y todo gracias a un gobierno intervencionista, y vuelta al ruido.
Pero siempre hay un resquicio, ya sea pequeño, como estas ondas, y quien apuesta por el sonido y la armonía, frente al estrépito, por la palabra, no por la guerra, por el susurro del viento en la hojas de un árbol, no por su tala, por la música y no por la estridencia, por el grito alto y claro, no por el griterío.