En un nuevo aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, tal día como hoy hace 72 años, seguimos asistiendo perplejos, indignados, sufrientes unos, indolentes otros, a su incumplimiento.
Millones de seres humanos no cuentan, miles de millones de seres humanos son excluidos de esa carta magna mundial, y así vamos tirando, cual si no pasara nada.
Vergüenza mundial, vergüenza de quienes a sabiendas incumplen los mandatos, o permiten que se incumplan. Vergüenza y destierro para todos cuantos justifiquen que seres humanos tapicen el fondo del mediterráneo, o las concertinas rasguen sus carnes, o un campamento insalubre sea el hogar de miles durante años, que niños y niñas sean explotados, que las mujeres sigan siendo las pobres entre los pobres…
Y más cerca los derechos también se esfuman, y hay vecinos que llevan un año trabajando y sin cobrar en Alcobendas, o a nuestros pequeños en Sanse se les hurta el derecho al juego en los parques públicos al aire libre, o se desahucia a una familia en plena pandemia…
Los 2153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4600 millones de personas (un 60% de la población mundial), según reveló Oxfam, la víspera del Foro Económico Mundial de Davos (Suiza), a principios de año.
El 50% de la riqueza mundial está en manos del 0,7% de los humanos.
La mitad de la población mundial simplemente sobrevive.
Y la desigualdad crece, y crece y crece a pesar del artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
«Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios». “tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad”.
Y si un gobierno intenta aproximarse, rozar siquiera los perímetros de la decencia, salen cual caballos desbocados hombres grises, grotescos, con uniforme depuesto, sabor a rancio y a sangre, a pretender un paredón gigante donde aniquilar a 26 millones de rojos hijosdeputa.
¡Vivan los derechos humanos!