Un remake de mi sabio amigo Óscar.
Un tipo solitario y algo triste con gafas de estudioso, Walter Benjamin, esbozó muy someramente una concepción del capitalismo como religión. Adam Smith, padre de la economía liberal clásica, no disimuló que su idea de la Mano Invisible del mercado (esa que hace posible que los ricos en su actividad puramente antisocial de incrementar su riqueza consigan sin embargo y misteriosamente el efecto altruista de mitigar la pobreza de los pobres), era de origen religioso. Lo que ocurre es que el capitalismo es una religión que no tiene dogmas, como vio muy bien el propio Benjamin, sino tan sólo culto, pero un culto incondicional, permanente y sin interrupciones, sujeto a una entrega absoluta y sin fisuras por parte de sus fieles. Prueba tú a preguntar a un CEO (Director ejecutivo) de una corporación multinacional el porqué de la inmolación de todo su tiempo, toda su vida privada y hasta su alma mortal en nombre del sacrosanto beneficio y no sabrá explicarte el motivo. El capitalismo es una religión que se acata, pero que jamás se convierte en discurso humano o en materia de estudio y seducción hacia otras personas o grupos culturales.
Además, el dios del capitalismo es cruel y exige sacrificios humanos frecuentes y numerosos, por eso su adoración ha de hacerse a escondidas, en templos dorados recamados de zafiros, pues la gente común no debe saber nada concreto de aquello en lo que no puede ni podrá nunca participar. Y cuando alguien lo intenta, únicamente resulta soportable si habla desde la posición del que tiene detrás la economía más fuerte del mundo y por tanto no puede temer de ninguna manera que sus palabras produzcan una revuelta en sus propias calles de la noche a la mañana –piénsese también en el poco cuidado que tiene en sus tuits nuestro querido y pronto olvidado Trump.
En cambio, al comunismo le sucede al revés, es la antítesis del capitalismo como alternativa religiosa y no solo como sistema económico y político. Ya se sabe que, de hecho, el capitalismo es una secularización del cristianismo luterano, mientras que el comunismo lo es de la contrarreforma católica. Pero es que, aparte de eso, el marxismo es una teología, más que una religión. Es decir, un dogma, antes que un culto. El credo comunista, promovido por un profeta con barba que aboga por los desfavorecidos en aras de un Paraíso que advendrá tras una gran conflagración, debe, puede y es siempre una y otra vez explicado, no es fácil pues los sacrificios necesarios para alcanzar el Estado Final y Bienaventurado no se justifica con felices holocaustos brindados a un dios insaciable, sino que es el penoso precio que exige algo que no sirve ni para siquiera asfaltar el camino hacia la salvación, resultan en el saldo final del esfuerzo humano absurdas y baldías…; bien podrían no haber ocurrido, y el resultado sería idéntico. Al menos, el marxismo tiene la ventaja de permitir pausas, respiros, puesto que la batalla definitiva será siempre mañana, eternamente mañana, como esos avisos de los bares que rezan que hoy no se fía, pero mañana sí. El propio Marx se pasaba en las tabernas hasta el amanecer, planeando entre jarras de cerveza esas devociones futuras que sin embargo sus adversarios burgueses llevaban a cabo puntualmente desde que despuntaba el alba.
De ahí que la izquierda siempre convenza, pero en último término la derecha siempre venza. Los hombres las prefieren rubias, de radiantes domingos festivos, pero se casan con las morenas, de pragmática liturgia diaria. Con todo, ponte a comparar las ondas de Kondrátiev con el asno de Aznar…
Marian González
TODOS SE MERECEN LA PUTREFACCIÓN MORAL QUE TIENEN.
Unos, por quedarse inmóviles y no mover ni un dedo por algún bien o por Dios. Otros, por dejarse engañar-manipular-instrumentalizar por grupos de mal ideológicos o de manipulación o de mal valorar. Otros, por callarse, callarse y mil veces CALLARSE cuando ven a una sinrazón-injusticia y no hacen nada, nada por ayudar al menos un poco al que lucha a razón. Otros, por hacer lo contrario al buenismo que presumen, sí, viven como en un teatro y todo en ellos es simulado e hipocresía. En fin, ¡todos merecen la mierda que les cae en las caras!, ¡todos! José Repiso Moyano https://youtu.be/9ERO7-c3NYU