Alcalde y ViceAlcalde juntos también en la Fiesta de la Luz de la Hermandad del Rocío de San Sebastián de los Reyes

Inseparables, como dos hermanos cofrades, Narciso Romero Alcalde del PSOE y Miguel Ángel Martín Perdiguero ViceAlcalde de Ciudadanos, acompañan y comparten Eucaristías, Procesiones y Festividades de la Hermandad del Rocío o del Santísimo Cristo de los Remedios de San Sebastián de los Reyes.

En la imagen de cabecera podemos verles participando, junto con otros miembros del gobierno, de la Procesión Extraordinaria y la Fiesta de la Luz de la Hermandad del Rocío de San Sebastián de los Reyes el pasado sábado 1 de febrero.

Nada que objetar a las creencias de cada uno, faltaría más, ni a qué dedica cada uno el tiempo libre, vaya esto por delante. Ahora bien a quienes siempre hemos vivido en Sanse nos extraña la profusión de actos religiosos, católicos, que en los últimos años tienen lugar en nuestras calles y plazas, en los programas de festejos del municipio y que cuentan, además de con financiación pública en ocasiones, con la participación de cargos públicos, de máximas autoridades en la administración política del municipio. 

Si bien en el ejercicio de la libertad de cada uno, de sus convicciones más íntimas, las prácticas religiosas de cada cual son un hecho perfectamente entendible e indiscutible, cuando hablamos de autoridades de la administración del Estado en el ejercicio de sus funciones, la cosa puede chirriar. El artículo 16 de la Constitución española de 1978, garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto para individuos y comunidades, al tiempo que establece que «ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Si el Estado español, según su carta magna, es «aconfesional», es decir que no abraza ninguna confesión religiosa como propia, quienes lo representan, quienes ostentan cualquiera de los órganos de poder, deberían manifestar esa misma «neutralidad».

Narciso Romero, Alcalde de San Sebastián de los Reyes, lo es por el Partido Socialista Obrero Español, candidatura, proyecto o programa por el que fue elegido concejal, y en base al cual deberá rendir cuentas ante su organización y su electorado. Alcalde lo es en virtud a los acuerdos suscritos con la formación política Ciudadanos, con quién forma gobierno. Más allá de la laicidad o valores republicamos que podrían suponérsele como representante de un partido político que se auto-califica de «socialista», la figura de Alcalde, o de quienes pudieran sustituirle -teniente de Alcalde-, representa según la ley al conjunto de la municipalidad, y es justo aquí, donde comienza el chirrío.

La municipalidad, o Ayuntamiento, está formada por el conjunto de representantes elegidos por los ciudadanos y ciudadanas, ya formen parte del gobierno o de la oposición, por tanto el Alcalde les representa a todos, y deberá hacerlo en base al marco normativo vigente. ¿Porqué entonces el Alcalde de Sanse contraviene la «aconfesionalidad»que deben mostrar las instituciones del Estado?

De sobra conocemos las vinculaciones de la Iglesia Católica y el Estado Español, históricas unas, y actuales otras. Conocemos también los flecos del régimen franquista (ley hipotecaria de 1946) que permitieron a dicha Iglesia inscribir como propias decenas de miles de inmuebles o espacios públicos sin presentar documentación alguna que acreditara su propiedad, con la simple firma de un obispo era suficiente. No sirvió la Constitución de 1978 para impedir que entre 1998 y 2015 la Iglesia Católica inmatriculara a su nombre más de 30.000 propiedades, según el Colegio de Registradores.

Que la Iglesia Católica es un agente activo en el Estado Español es una obviedad (aún sigue vigente el Concordato firmado en 1976), que incluso se paga con dinero público la enseñanza del catolicismo también lo es, así como la financiación de esta confesión a través del IRPF, ahora bien, ¿debe un Alcalde o cualquier otra institución del Estado representarnos en celebraciones de carácter religioso?

En Sanse, sobretodo en los últimos años, y con insistencia en el actual mandato, asistimos a constantes apelaciones a «el valor de las tradiciones» para justificar celebraciones que muchas de las gentes que siempre hemos vivido aquí ni tan siquiera conocemos, como si «tradición» fuera sinónimo de bueno. Llena está la historia, y la realidad de hoy, de tradiciones que bien pudieran considerarse «deleznables», y que más le valdría a una sociedad democrática erradicar cuanto antes.

No sé si la estampa de cabecera forma parte de la «tradición», pero si que recuerda a esa España del «nacionalcatolicismo» franquista en la que la separación Iglesia – Estado era sencillamente una quimera, y que supuso una alianza atroz para el sometimiento y el miedo del pueblo español.

 

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