Corrían los últimos años de la década de los noventa, durante una o dos semanas del verano, mi compañera y yo solíamos ir al pueblo donde residían nuestros progenitores, un bello y tranquilo pueblo de la Sierra de Córdoba, donde por razones de conciliación, se pasaba todo el periodo de vacaciones escolares nuestra hija, por esa época con 6 o 7 años de edad, al cuidado de una de sus abuelas.
Muchos nativos de ese pueblo, como ocurre en todos los pueblos de España, que residimos, vivimos, trabajamos en ciudades más o menos alejadas de nuestro lugar de origen, intentamos pasar unos días en busca de descanso y desconexión de la rutina cotidiana de la ciudad. Algunos no nativos también, sea por razones de convivencia con un nativo o por otros motivos. Uno de esos años -fueron varios- se veía a un señor, aunque no del lugar, si por todos conocido, pasear por las afueras del pueblo, sentado en un banco de la plaza, en los veladores de alguno de los bares con su pareja y algunos familiares y/o amigos de ésta y, una hija de edad similar a la mía. La pareja del señor en cuestión, Juani, era profesora igual que él y nativa del pueblo. Juani había sido profesora de Tere, mi compañera, en su infancia y conocida de la familia. Quizá, el hecho de conservar la vivienda familiar, les indujo a elegir ese, como lugar de descanso estival.
Primeramente, supe de la estancia de Julio en al pueblo, por comentarios de paisanos y amigos. Una tarde, como era habitual, nos sentamos en los veladores de uno de los bares de la plaza, lugar ideal para tomar una cerveza relajado, con algunos amigos con los que se pudiera coincidir al tiempo que, estar vigilante de los hijos pequeños que llenaban la plaza con sus carreras y sus juegos. En una de las ocasiones en las que los pequeños se acercan a los progenitores a contar alguna de sus quejas o anécdotas, mi hija nos viene con cara emocionada y nos comenta “mama mama, el padre de esta niña -señalando a una de sus compañeras de juegos- yo le conozco, le he visto en la tele”. No nos habíamos percatado de la presencia, unas mesas al lado, de un grupo entre los que se encontraban Juani y Julio, los progenitores de la niña con la que mi hija jugaba. Ante el revuelo de las niñas se encuentran las miradas de Juani y Tere, se reconocen, se levantan y saludan. Me levanto, nos presentamos todos, comentamos, le manifiesto a Julio la admiración que me produce, me responde -no recuerdo las palabras exactas- “estamos aquí con la familia, a descansar, el trabajo lo dejé en Madrid”. Inmediatamente entiendo su postura y su deseo, todo mi respeto y comprensión, faltaría más, charlamos de cosas banales: “¿qué tal por el pueblo?, se está muy tranquilo, las niñas, que bien se lo pasan, nos veremos por Madrid……..Volvimos a coincidir alguna vez más, también en la fiesta del PCE, en la Casa de Campo de Madrid. Luego se produjeron cambios en sus relaciones sentimentales y dejamos de verlo disfrutar del descanso en nuestro pueblo, pero eso, no viene a cuento.
Resultaba evidente que buscaba tranquilidad, paz, desconexión. Por aquella época ya le había dado problemas su corazón. Los paisanos del pueblo, que para muchos, me consta, era admirado, quizá para algunos odiado, pero por todos respetado.
Uno, que es de buscarle tres pies al gato, me esforcé en observar el entorno del lugar donde se encontrara en los momentos en los que coincidí con él o estaba cerca. Daba por sentado que un personaje público, líder del tercer partido político a nivel nacional, debía llevar protección por su seguridad. En un pueblo pequeño, donde todos nos conocemos, aunque algunos llevemos años fuera, se detecta fácilmente la presencia de personas “fuera de su entorno”. No fue el caso, era sencillo y humilde en su vivir cotidiano.
La profundidad de sus pensamientos, la honestidad en su trayectoria, la honradez en su trabajo, la ética, la elegancia en las formas junto con la coherencia en el fondo de su discurso, son elementos que hoy, hacen que nos sintamos huérfanos muchas personas.
Para esa niña, hoy mujer cercana a los 30 y para todas las personas que en algún momento de su vida, lo quisieron desde la cercanía familiar o de la amistad, mi respeto, solidaridad y dolor compartido.
Hasta siempre maestro, compañero, paisano, camarada Julio Anguita.
Mi admirado Califa Rojo de Córdoba
Rafa Rivas