El Cormorán Grande (Phalacrocorax carbo) aparece como invernante en el centro de la Península a mediados de 1970. Anteriormente, presentaba una distribución principalmente costera. A finales de los ochenta, las poblaciones empezaron a merodear zonas de interior donde nunca antes se las había visto, asentándose en embalses y ríos. Desde entonces, su evolución positiva ha sido continua.
El aumento es muy probable que se deba al incremento que ha tenido la población de la especie en sus áreas de reproducción en la zona más occidental de Europa. El espectacular aumento de cría en Dinamarca, Holanda e Inglaterra ha originado que la llegada de invernantes sea cada vez mayor. Pues bien, en Sanse, el pasado año, una pareja decidió pasar el invierno. Aprovechando una alberca para el riego de los jardines situada en la zona de Valdeconejero próxima a la dehesa boyal.
Más de un día, se pudo observar a uno de los ejemplares en alguna farola, inmutable ante los coches, furgones y camiones en los que cada mañana nos dirigimos por esa avenida al trabajo. Otras veces, la pareja cruzó el cielo jugueteando ante la ignorancia de los que habitamos a dos metros del suelo. Y, en una ocasión, la que escribe, se acercó a la valla que cierra la zona de la alberca y le dio un buen susto a Blas, que así le he bautizado por tonterías de la vida.
Se trata de un ave grande, de aspecto torpe y coloración negruzca, salvo la garganta, que presenta tonos blanquecinos. Tiene el cuello largo y grueso y el pico, prominente. Pasa mucho tiempo posado, con las alas extendidas. Pese a ser un ave acuática, su plumaje no es impermeable, como acostumbraría. Esto le permite zambullirse y bucear más fácilmente y a mayor profundidad para conseguir su alimento. A cambio, necesita que el viento y el sol sequen su plumaje después de cada inmersión.
Pese a su aspecto torpe es un experto en el arte de la pesca. Tanto es así, que, en China, con una técnica milenaria, los utilizan en la pesca que se conoce con el nombre de kai; pescadores a bordo de una barca de bambú y acompañados por varios cormoranes, adiestrados durante años, con una anilla o cuerda en el cuello llamada kubiyui que les impide tragar la captura y permite a los pescadores recuperar el pez fácilmente.
Gracias a los proyectos de anillamiento y seguimiento han surgido, en la península y en otros países, cálidas y entrañables historias en las que el protagonista es un cormorán. Así es la historia de 7D, dentro de un proyecto de estudio en Asturias. Durante nueve años, fue objeto de la mirada de sus seguidores. Nacida en el 2000, a los tres años llega a su madurez sexual emparejándose con un macho de otra colonia. En 2006, debido a la muerte de su pareja, se muda a otra colonia, reproduciéndose de nuevo. En 2008, llegan malas noticias: una de las personas que la ha seguido desde el principio informa que 7D tiene una herida en una pata y apenas puede mantenerse en pie. Un mes después, se confirma que está recuperada totalmente. Finalmente, en 2010 fallece, dejando tras de sí un sin fin de emociones y camisetas con su nombre, porque alguna vez alguno de los cientos, miles, millones de animales con los que estudiamos y aprendemos acaban teniendo nombre propio.
Para nosotros, puede ser Blas. En el mes de marzo dejé de verle. Había llegado el momento de buscar un lugar adecuado donde comenzar la cría, seguramente alguno de los grandes embalses que jalonan la Comunidad de Madrid. Con el comienzo del otoño, la mayoría de las aves migradoras llegan a sus lugares de invernada finalizando su viaje, un viaje lleno de peligros, en el que cada individuo necesitará de toda su fuerza y resistencia. Y con ellas llega nuestra ilusión por saber si volveremos a ver a Blas.
esloquehaysanse… si miramos más allá de nuestro ombligo y más alto de dos metros.
Susana Latormenta
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