Toda Europa amanece hoy sacudida por la noticia del mayoritario sí del pueblo británico a dejar de pertenecer a la Unión Europea. Aunque era una noticia anunciada, nadie en la vieja Europa quería oír ni hablar de la posibilidad de que triunfase la opción vencedora. Ni siquiera los vaticinios catastrofistas para la economía han podido aplacar a los partidarios de la marcha de Gran Bretaña. Entre las causas, además de la crisis económica y el ascenso de la extrema derecha, no hay que olvidar una que quizás sea la más importante: la desafección de la ciudadanía hacia ciertas instituciones. El famoso “No nos representan” se ha visto también plasmado en el resultado del referéndum de ayer.
Cuando los organismos se ponen al servicio de los intereses de unos pocos se corre el riesgo de que sucedan estas cosas. La falta de valores demostrada por el club de los (hasta ayer) 28, sobretodo en materia económica pero también en lo que respecta a la acogida de refugiados, hace que otras motivaciones entren en juego a la hora de elegir. El Brexit no sólo ha sido apoyado por lo partidarios de la UKIP, también sectores de la izquierda británica se han mostrado favorables a la escisión, aunque por motivos bien distintos. Hasta se ha criticado a Jeremy Corbyn por su tibieza en la defensa de la permanencia.
La noticia positiva, más allá del resultado de la votación, ha sido el referéndum en sí. La posibilidad que se ha ofrecido al pueblo británico de elegir por sí mismos sobre una cuestión importante que les atañe, y mucho. Pero no es la única muestra de democracia y participación, ya que hace unos meses asistimos a la consulta sobre la independencia de Escocia. No se puede negar la valentía del gobierno del dimitido David Cameron, un gobierno conservador como el nuestro, pero que ha arriesgado bastante más de lo que lo ha hecho el ejecutivo de Mariano Rajoy. Ni por asomo veremos una consulta similar a cualquiera de las dos realizadas en las islas porque a los políticos de los dos partidos mayoritarios hasta ahora, les falta el coraje necesario para dejar que su pueblo se exprese libremente.
Pero no hace falta irse muy lejos para hallar ejemplos de dirigentes que nos niegan la posibilidad de decidir sobre lo que nos afecta. Tras un año de gobierno, el tripartito de Sanse no quiere ni oír hablar de que los ciudadanos y ciudadanas del pueblo podamos dictaminar si queremos, o no, toros en nuestras fiestas sufragados con dinero público. La falta de arrojo o pusilanimidad de la supuesta izquierda progresista de nuestro pueblo contrasta con la determinación de cada día más municipios que han optado por dar voz a su ciudadanía. Aldaia, Xátiva, Donosti, Coslada, Pinto o Colmenarejo han llevado a cabo, o tienen previsto hacerlo, referéndums para decidir qué modelos de fiestas quieren. Y aquí lo único que se nos ocurre es que los conciertos sean gratuitos, que está muy bien, pero se me antoja una cortina de humo para no entrar donde puede “escocer”. Pan y circo, y ya ni siquiera pan, sólo circo…