El primer empujón de la mañana cuesta, cuesta como una rampa hacia arriba.
Aturdidos caminamos con la esperanza de superar el repecho y llanear, relajar la respiración acelerada, recuperar el resuello, y encarar el día.
Hay días, dulces, tristes, luminosos, opacos, hay días eternos y otros fugaces, hay días serenos y algunos inquietantes. Hay mañanas radiantes, jubilosas, también plomizas, y tardes vivarachas o taciturnas. Hay despertares hermosos, y plácidas siestas. Hay noches de fiesta, de sexo fresco o loco, de lectura, de vigilia, de sueño, de trabajo.
Hay días, siempre hay días, uno detrás del otro, estemos o no, siempre hay días, y el tiempo intangible y sin asas, no se deja atrapar, ni atrasar, ni retener, ni adelantar, su ritmo constante marca la historia, el instante, y no puede evitar ser escapista y tener un pie y un ojo siempre en lo por llegar.
El tiempo se nos hace indomable, pero el espacio lo controlamos más, lo ocupamos, lo exploramos, lo invadimos, lo cercamos, lo cultivamos, lo llenamos de hormigón, asfalto, luces, buscamos en sus profundidades y nos proyectamos hacia lo desconocido, y mientras, el tiempo omnipresente marcando el compás, como si nada, inmutable, invisible, pero lo medimos.
Los humanos lo medimos y contamos todo, la altura de las montañas, las distancia entre ciudades, el tamaño del átomo, el caudal de los ríos, las pulgadas del televisor, los likes, los gigabytes, el peso de nuestras gorduras o delgadeces, los ceros de las cuentas corrientes, las perras en los bolsillos, los gramos del pan, los metros útiles de una vivienda, las palabras de un artículo, los minutos del día, porque las horas se nos quedan cortas. Medimos las guerras en muertos, en misiles, en km cuadrados destruidos, en dólares. Medimos la esperanza de vida, lo que tardará en llegar el huracán, o la jornada laboral a la que tocaríamos si repartiéramos el trabajo…
Pero no hemos encontrado aún el medidor de la felicidad, ni hemos acordado estándar alguno, ni hemos establecido una regla común, porque si hay algo no común es la igualdad.
Nosotros tan medidores, tan controladores, tan globalizadores del egoísmo, no apostamos por reglas que nos igualen sino que nos diferencien, declaramos los derechos humanos pero no hay ley, ni norma, ni voluntad, ni fuerza que los desarrolle, y mucho menos que los haga cumplir. Unos andamos un poquito más cerca, a otros, muchos más, ni les rozará el intento, y es que si el milagro de la vida te sorprende en el lugar o en el momento histórico equivocados, y hay muchas posibilidades, la rampa de cada mañana aumenta sus grados y su longitud, y a veces la cubren los escombros, y el tiempo invisible, sin forma, se torna diferente, y un día no parece lo mismo aquí que allí, ni para nosotros o para ellos.
Pero cuando el sol se pone, soñamos, y quisiéramos que Sherezade calmara nuestras tinieblas, y nos invitara a un cuento eterno y blanco, de mil o diez mil, o cien mil noches enteras. Y ya fuera en Persia, o en Madrid, o en el Río de la Plata haya vampiros que solo beban agua, porque algún día todos reconocerán el buen sabor del agua mansa.