Hoy os voy a hablar de dos poetas, Nadia y Rahila.
En Afganistán desde la toma del poder por los talibanes a mediados de 2021 se han cerrado los centros de enseñanza secundaria de todo el país y las jóvenes afganas no pueden acceder a la universidad.
La poesía también se les ha negado a las mujeres de aquel país. Se les negó en el 21, cuando el fanatismo talibán recuperó el Gobierno, y se les niega hoy.
A pesar de ello, es en la poesía y en la escritura donde las mujeres de aquel país encuentran un espacio para expresarse.
Mujeres como Rahila Muska, que se suicidó después de que sus hermanos casi la mataran a golpes cuando descubrieron que escribía poemas.
Rahila aprendió poesía de otras mujeres y a través de un programa de radio.
Practicaba un género poético de naturaleza oral, desarrollado sobre todo en el pueblo pastún, conocido como landays.
Las mujeres creaban (y crean, siguen creando, estoy seguro) esos poemas, los memorizaban y los transmitían de forma oral.
Un género de dos versos, y que es anónimo, por esa prohibición a las mujeres de leer y escribir.
Las mujeres afganas han utilizado durante mucho tiempo este tipo de poesía como un lenguaje de protesta y con el que defender sus derechos.
A este género pertenece el último poema que recitó la poetisa Rahila Muska en una llamada telefónica a un programa de radio.
Los dos versos de este poema (landays) recitados por la poeta afgana Rahila Muska, último poema antes de su suicidio, dicen así:
«Me vendiste a un hombre viejo, padre.
Que Dios destruya tu hogar, yo era tu hija»
Estremecedor.
Nadia Anjuman es la segunda poeta que traigo hoy aquí. Poeta y periodista, que también lo era.
En 2005 su asesinato, a manos de su marido y de los familiares de éste, conmovió al mundo. Consideraban que la publicación de su libro de poemas Flor Ahumada deshonraba a la familia. Y por eso la mataron.
Nadia tuvo prohibido estudiar en su casa, pero aprovechó que se le permitía coser para salir y participar en los círculos de costura de la ciudad de Herat.
Allí estudió literatura en secreto. Y creó, en secreto, círculos de lectura. Tenía tan solo 25 años cuando fue asesinada, al poco tiempo de publicar su libro.
«No deseo abrir la boca» es el título del poema (poema incluido en ese libro) y dice así:
«Llevo mucho tiempo en silencio
pero nunca olvidé la melodía
que no paro de susurrar.
Las canciones que brotan de mi corazón
me recuerdan que algún día
romperé la jaula.
Volando saldré de esta soledad
y cantaré con melancolía.
No soy un frágil álamo
sacudido por el viento.
Soy una mujer afgana.
Entiéndase pues mi constante queja.
Estoy enjaulada en este rincón
llena de melancolía y pena…
Mis alas están cerradas y no puedo volar…
Soy una mujer afgana y debo aullar.»
Así concluye este fragmento del poema No deseo abrir la boca, de Nadia Anjuman.
Hoy quiero terminar con cuatro frases que se me han venido a la boca, a mi boca se me han venido, cuando he leído todo esto que os he contado. Toda esta información por cierto la he extraído de un informe de Amnistía Internacional, que justo es decirlo.
Bueno, las frases que se me han venido a la boca cuando he sabido de estas tristes historias van dirigidas de todo corazón a los hermanos y al padre de Rahila Muska, al marido y a los familiares del marido de Nadia Anjuman, van dirigidas a todos ellos y son estas.
Quiero mataros por lo que habéis hecho, pero no puedo.
Porque ya estáis muertos.
Tenéis la boca muerta, y la mirada muerta, y las manos muertas, y el alma muerta.
Y quiero mataros por lo que habéis hecho, pero no puedo.
Porque ya estáis muertos.
Y hasta aquí llego por hoy.
Ana Baraca