Hay tantas situaciones injustas, denigrantes e hirientes que están sucediendo en estos tiempos, que me gustaría denunciar muchas de ellas, y cuando me pongo, no sé por dónde empezar.
Casualmente, cuando me disponía a escribir un artículo para denunciar alguna de estas injusticias, hacia el quince de septiembre del presente año, sucedió algo que removió muchas conciencias. En un pleno ordinario del Ayuntamiento de SanSe, aconteció que un valiente octogenario, que sin duda se ha convertido en un buen antepasado, por su contribución a la defensa de la dignidad humana, en su nombre y en el de sus compañeros y compañeras hizo un alegato sobre la situación que padecen las y los residentes de la Residencia Moscatelares, que debería hacernos reflexionar a todos y todas en profundidad y de forma prioritaria.
Este SEÑOR, con mayúsculas, visiblemente emocionado y con un cabreo monumental, contó que han soportado en sus habitaciones, durante las olas de calor de este verano, temperaturas de hasta cuarenta grados (40º) durante buena parte del día. La comida que les ponen, dijo literalmente, que era «deleznable» y que tampoco disponían de ropa limpia que ponerse, porque el servicio de lavandería es caótico. Continuó con un largo relato de vejaciones que padecen en la residencia pública de San Sebastián de los Reyes, que ha sido ya, denunciada muchas veces por su ineficiente gestión. El mal funcionamiento se derivada principalmente de la escasez de personal con el que cuenta el centro para atender adecuadamente a las personas que en el habitan.
Seguramente, muchas de vosotras y de vosotros habréis escuchado el relato, ya que se hizo viral durante unas horas. Unas horas ¨y ya¨, eso es casi todo lo que va a dar de si la denuncia de este valiente octogenario. Siendo espeluznante el relato que nos contó sobre la residencia Moscatelares, no es desgraciadamente el único ni el más grave de los que se producen en este tipo de centros. Quiero recordar, que, durante la pandemia murieron más de treinta mil personas en las residencias de nuestro país, y, además, se fueron de la forma más inhumana que pueda existir. No tuvieron atenciones médicas suficientes, ni de cuidados paliativos, ni tan siquiera, pudieron contar con la compañía y el calor de sus familiares.
Así fue como les trataron, de manera indigna, con el mayor de los desprecios posibles y con la más absoluta indiferencia, y básicamente, así parece que continua la situación en las residencias de nuestro país. Cada vez más, la gestión de estas se basa en el beneficio privado, convirtiendo las atenciones y los cuidados que merecen las personas mayores, en negocios para enriquecerse unos pocos, mientras tratan sin respeto a quienes más lo merecen.
Después de haber dedicado toda su vida a trabajar y cuidarnos, velando por un futuro mejor para sus descendientes, se lo agradecemos abandonándoles, dejándoles a su suerte, cuando ésta, no suele reparar mucho en las personas mayores. Pero debemos tener en cuenta que se trata de mujeres y de hombres, de madres y de padres, de abuelos y abuelas que han luchado de forma infatigable para sacar a sus familias adelante, que se han sacrificado, quitándoselo de la boca en muchas ocasiones para dárselo a sus retoños, y no han regateado esfuerzos en protegerlos y proporcionarles la mejor vida que pudieron darles. Pese a todo ello, muchos de nuestros seres queridos terminan sus días recibiendo un trato básicamente degradante.
¡Qué maravilla de sociedad es esta! que trata a sus mayores tan injustamente, que los desprecia y les falta al respeto, siendo sin embargo los que más han trabajado y menos están percibiendo. La mayoría de nuestros ancestros sufren indiferencia y ultraje, tras haber soportado a lo largo de sus vidas una explotación salvaje, como si se tratara de limones, a los que se les saca todo el jugo posible y cuando ya no pueden dar más de sí, se le tira a la basura.
Esta situación, ¡en nombre de la dignidad humana! debe revertirse a la mayor brevedad posible, pues es uno de los comportamientos que diferencian a los estados justos y solidarios de los que no lo son. La forma en la que se trata a las personas mayores distingue a las sociedades entre las que respetan los derechos humanos, frente a las que por el contrario los pisotean cruelmente. Tratar con respeto, cariño y justicia a nuestros mayores, como a todas, es un comportamiento que debe exigirse a las sociedades que se consideran democráticas.
Debemos insistir en el llamamiento a toda la ciudadanía, para que defiendan la dignidad de nuestros abuelas y abuelos, velando por la calidad de los servicios que se ofrecen en las residencias, ayudándoles en las gestiones administrativas y sanitarias que tengan que realizar, garantizándoles un hogar y unas percepciones económicas que les permita vivir dignamente. Esta es una tarea pendiente en nuestro país, para que se le pueda considerar democrático, y estado de derecho en el que dicen que vivimos, pero si no tratamos con justicia a nuestros padres/madres, abuelos y abuelas, con cariño, respeto y cuidados, es porque todavía no somos una sociedad civil avanzada.
Todos, los que lleguemos, pasaremos por esa etapa de la vida, la de hacernos mayores, y por eso debemos favorecer las acciones que procuren su bienestar, pues suelen ser las personas más débiles e indefensas, en una sociedad rodeada de peligrosos depredadores. Son despiadados individuos, amigos de lo ajeno que favorecen las desgracias que padece mucha gente, sobre todo cebándose en las más indefensas, con el único propósito de hacerse ricos, un puñado de seres egoístas, a costa de la miseria que sufrimos muchos. Esta situación, por el bien de las personas mayores y el de las generaciones futuras, hay que combatirla, enfrentándole otro modelo de sociedad que sea más justa y equitativa.
¡Hagámoslo posible!
Alfonso.