Vuelve a Esloquehay Luca Brasi, compañero en las letras, en las calles y en las redes. Lo hace en vísperas del 18 de julio, el día en el que un golpe de estado cambió la historia de España, el día en el que contra la democracia, la constitución y el pueblo… se levantaron cuatro cobardes miserables: Franco, Sanjurjo, Mola, Queipo de Llano. Vuelve Brasi abrasando con su discurso ácido. Esloquehay reproduce a continuación su última producción.
Celebrábamos la fiesta nacional tal día como hoy en el antiguo régimen: cantaban -ellos- el día en que parte del Ejército español, secundado por falangistas, requetés y monárquicos, dieron un golpe de Estado con una consigna que cumplieron: matar a quien se opusiera. Deberíamos celebrar nosotros esa fiesta: el día en que los españoles salieron a la calle con armas de guardarropía para detener a los sublevados, detuvieron el golpe de Estado y éste se convirtió en guerra civil.
Se mantuvieron casi tres años, con ayuda de voluntarios internacionales -la mayor parte, comunistas- y alguna de la URSS, pero no obtuvieron más que una neutralidad llorica de las grandes potencias, una solidaridad de los intelectuales de todo el mundo, alimentos de México; enfrente, los golpistas tenían el Ejército y la aviación de alemanes, italianos y portugueses. Al final cayeron los resistentes y fueron juzgados y fusilados por «rebelión militar»: la fuerza y la victoria formulan el vocabulario y el código. No hacía falta: habían matado ya a miles de personas sin juicio.
Muchos no han oído hablar de eso a sus padres ni a sus abuelos: no se atrevieron, era el terrible secreto de la familia. Otros tienen la conocida amnesia política. Y unos pocos sueñan con que regrese un 18 de julio a su gusto, como aquél: pero el Ejército ya no es la pequeña horda de resentidos que habían perdido todas las guerras desde Felipe II hasta Abd el Krim; los monárquicos tendrían que alzarse contra su rey, y Europa no tiene a Hitler ni a Mussolini, ni a Stalin.
Lo peor de este ánimo de los mantenedores del 18 de julio nazi es que confían en volver por medios electorales, y eso es posible en un país donde se piensa poco y se ambiciona mucho. Siempre se pueden comprar desertores; y son mejores que las escenas de entonces: un ayudante del general republicano que le mata de un tiro por no sumarse, un camión de falangistas recorriendo la comarca para matar al maestro en cada pueblo, un rebaño de curas alzando la cruz para justificar el crimen.