Inimaginable y escalofriante es todo lo que está pasando, lo que vemos y lo que no, lo que sabemos y lo que no. La vida se nos ha trastocado por completo en un momento.
Este drama tiene demasiadas cifras. Contagiadas, muertas, en cuarentena, confinadas, sanitarias, tenderas, cajeras, militares, policías, guantes, mascarillas, respiradores, batas, gafas, pruebas diagnósticas, teletrabajadoras, trabajadoras presenciales, despedidas o afectadas por un ERTE, bares, restaurantes, talleres, canciones, aplausos…
Todo parecen cifras, que lo son, pero no todo.
Acabo de escuchar en la televisión hoy, lunes 16 de marzo de 2020, miles y miles de trabajadores y trabajadoras se verán afectados por un ERTE. La actividad económica paralizada por una pandemia no soporta la carga de trabajadoras inproductivas, de personas con familias que tienen que seguir comiendo, pagando su casa, su luz, su teléfono, su agua, aunque estén encerrados, confinados…
Una actividad económica que se reparte muy desigualmente entre iniciativas autónomas o de pequeñísimas empresas, y los grandes colosos de la economía del IBEX 35 o global.
Las autónomas o las pequeñísimas empresas que han sobrevivido a las últimas arremetidas económicas viven al límite, con lo que esta situación, la parálisis absoluta de su actividad, les sumerge en un mar de deudas, de cifras insoportables y de serias dificultades para su supervivencia. Por otra parte las grandes empresas, las que cotizan en Bolsa, las que existen porque ganan, y ganan y ganan. Estas que han moldeado reformas laborales, que han legitimado condiciones de esclavitud, blindado sus beneficios, y en tantos casos y ocasiones chupado de la teta pública, no pueden soportar 3 días, 3 semanas, 3 meses de parálisis, y proceden rápidamente a anunciar y practicar despidos, ERTES, no renovaciones, o lo que haga falta, para quitarse de encima el peso económico de plantillas hoy «inútiles » de trabajadores. Y todo esto con un estado de Alarma declarado.
No me creo sus cifras. Y no entiendo que ahora todo el mundo entienda que el Estado, las arcas públicas, tengan que hacerse cargo de todo este desmán, de un colapso que requiere y requerirá importantísimas cifras, porque la parálisis económica no paraliza nuestro respirar, nuestra existencia, ni nuestras necesidades básicas. Dado que las grandes empresas, esas que crean empleo y riqueza, según los «recortadores» de gasto público, no se harán cargo de esta crisis, no colaboraran a paliar las consecuencias de esta guerra biológica, económica y social que libramos hoy, tendrán que ser los presupuestos generales del Estado quien lo haga. Y esto supone un cambio de paradigma.
Gasto público necesario siempre, pero imprescindible para la supervivencia, en tiempos de caos. El mismo gasto público recortado, y vuelto a recortar por gobiernos de PP y de PSOE para ajustar nuestras cuentas a la regla de déficit o a la ley de sostenibilidad, que garantice el pago de la deuda, de una deuda que no es nuestra, que ha rescatado bancos y ha dejado tiradas a las personas.
Todo estalla por los aires, una incursión invisible pone fin a nuestra libertad de movimiento, a nuestra cotidianidad, nos encierra en casa, y la sociedad del libre mercado recomendaría dejarnos a nuestra suerte, y destinar los recursos a «mantener la confianza de esos mercados», a chuparnos la sangre nuevamente, pero no es eso lo que debe pasar.
Esta noche soñaré que las gentes, esas que son capaces, sin mascarillas o equipos eficientes, de arriesgar su vida por la de todos, esas otras que cada noche aplauden su valentía y generosidad desde las ventanas, esas que soportarán un encierro largo y solidario, o aquellas que han echado sus cierres sin nada entre las manos,… mañana aliviarán su angustia porque habrá Gobiernos que pondrán, constitucional, humana y sosteniblemente hablando, la economía y los recursos al servicio de las necesidades de las gentes y no de sanguijuelas y saqueadores.
Todo ha cambiado de la noche a la mañana, y las cifras han de cambiar de bando.