Este artículo, o como se quiera llamar, no comienza con estas líneas. Comienza el día que Colette Hugo, presentadora de Claudine en Bilbao, programa feminista de Candela Radio, me invita a participar en una entrevista sobre nuevas masculinidades. Lo primero que me llama la atención es que haya pensado en mí y a partir de ahí, comienzo un viaje a través de dos historias para entender un poco mejor de qué va todo esto: la primera es la Historia con mayúsculas, la que nos han contado en la escuela, en los libros, en el cine, en los medios; la segunda es la historia de mi vida, la que no me ha tenido que contar nadie. Mucho de lo que están a punto de leer son obviedades susceptibles de profundizar y desarrollar, pero es un punto de inicio para vernos reflejados y generar debates.
EUROPANDROCENTRISMO
No soy historiador, así que voy a resumir 790 mil años en un abrir y cerrar de ojos. Espero que me perdonen. En mi defensa, he de decir que no soy el único que lo ha hecho. Crecí viendo Erase Una Vez El Hombre, una serie histórica enfocada a lxs más pequeñxs. Háganme un favor y vean su cabecera: no parece ser la historia del hombre referido como especie humana, sino del hombre como persona de género masculino. En la cabecera de la serie más didáctica de mi infancia, podemos ver solamente a dos mujeres: la Mona Lisa y, en lo que parece ser una recreación de La libertad guiando al pueblo, vemos una mujer privada de fuerza que ha cedido su protagonismo a un hombre; él es quien aparece en primer plano portando la bandera de Francia. Delacroix no creo que estuviera muy contento. El resto de la serie es más de lo mismo: un alegato donde el hombre es dueño y señor de la Historia y la mujer una comparsa. Lo peor es que en los libros de texto no encontrabas nada diferente. Este hecho tiene dos lecturas: o el papel de la mujer en la Historia ha sido irrelevante o el papel de la mujer en la Historia se ha invisibilizado. En cualquiera de los dos casos queda de manifiesto que hemos dictado nuestro poder sobre ellas.
El conflicto: muchos defensores de la primera lectura dirán que el papel de la mujer ha sido irrelevante no por haber sido sometida, sino porque los hombres eran más listos, más valientes y más fuertes. ¿Qué hacían las mujeres mientras Jesús de Nazaret, hijo de Dios, predicaba el evangelio en compañía de sus doce apóstoles? ¿Qué hacían mientras Alejandro Magno conquistaba los confines de todas las tierras? ¿Y mientras Cristóbal Colón llegaba al Nuevo Mundo? ¿Qué papel jugaron en la Revolución Francesa, la Revolución Industrial o la Revolución Rusa? Si hablamos de las dos guerras mundiales, de las bombas nucleares, del viaje a la Luna… ¿dónde estaban las mujeres mientras todos estos hombres cambiaban el rumbo de la Historia? Sin ser un experto en la materia, podría asegurar que estaban cuidando de más hombres para que siguieran cambiando el rumbo de la Historia. Aunque, como veremos en la última parte del artículo, esto no es del todo cierto, nos vale para entender que el papel otorgado a la mujer en la Historia han sido los cuidados y eso, perdonen mi osadía, es bastante relevante.
Ya hemos resuelto un conflicto: Arquímedes, Platón, Einstein, Gutemberg, Newton, Napoleón, Betthoven, Velázquez, Shakespeare, Marx, Mandela… incluso Jesucristo, todos estuvieron rodeados de mujeres que se sacrificaron, se ocuparon de sus cuidados para que ellos pudieran ser lo que fueron; y no necesariamente porque ellas lo eligieran, sino porque fueron relegadas a esas labores. Si no hubieran sido relegadas a cuidar y hubieran tenido las mismas oportunidades que nosotros para pensar, para investigar, viajar, trabajar, decidir, escribir, pintar… quizás yo hubiera crecido viendo una serie de dibujos llamada Erase una vez la Humanidad y tendríamos muchos más ejemplos de mujeres que cambiaron el rumbo de la Historia y las Artes y las que lo hicieron estarían mucho más reconocidas. Les puede parecer una tontería, pero, como intentaré que vean, no lo es. Si la Historia también hubiera sido escrita por mujeres, quizás esa masculinidad hegemónica de hombre que todo lo puede, que compite por ver quién es el más fuerte, que resuelve sus conflictos por las bravas, el héroe, el guerrero, el príncipe, el emperador… nos la habríamos evitado.
Si no nos hubieran contado que tenemos que ser todo eso para conquistar a la frágil princesa, hoy en día viviríamos sin la presión y sin el miedo de “dar la talla” en nuestra primera experiencia sexual, por ejemplo. Nos habríamos evitado creer que dar la talla es sacar un gran miembro, ni tenerlo todo bajo control, ni estar erecto durante horas, ni hacerlas gritar; dar la talla sería saber que ellas también tienen miedo; dar la talla sería compartir inseguridades, dar la talla sería generar un ambiente de confianza, de comodidad, de espiritualidad.
No me gustaría dejar pasar la oportunidad de resaltar un detalle: cuando nos enseñaron Historia Universal, básicamente nos hablaron del hemisferio norte, como si la Historia del resto del mundo fuera irrelevante o se quisiera invisibilizar. ¿Les suena de algo? No me extenderé en ello, porque es otro tema, pero todo está relacionado para que en nuestro imaginario colectivo el hombre blanco occidental se convirtiera en el macho alfa of the universe.
La Historia no la podemos cambiar, pero la manera en la que nos la han contado, ciertamente ha otorgado una serie de privilegios al hombre con respecto a la mujer y a los países del norte con respecto a los países del hemisferio sur. Quédense con este otro término porque también es crucial para entender de qué va esto: privilegios.
Ahora que tenemos claro que el papel de la mujer en la Historia ha sido más que relevante, pero no ha sido visibilizado, podemos ir sumando otras disciplinas en las que la mujer también fue relegada a una posición de sumisión.
DE ARISTÓTELES A MALUMA
“El macho es por naturaleza superior y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es gobernada; este principio de necesidad se extiende a toda la humanidad”. Política (1254b 13-15)
“Estoy enamorado de 4 babys. Siempre me dan lo que quiero. Chingan cuando yo les digo. Ninguna me pone pero”. Trap Capos: Season 1 (Sony Music Latin)
Es abrumadora toda la información de misoginia que se puede recabar en lo referente al mundo de las artes, tan abrumadora que no sé ni por dónde empezar. La lista de celebridades hombres que han maltratado es tan numerosa como la lista de celebridades mujeres que han sido maltratadas. No seré yo quien les haga un listado, pero a poquito que indaguen sabrán a lo que me refiero. Ya no volverán a escuchar Imagine como antes (lo siento John, alguien tenía que decirlo) .Y más allá de esto, que no es más que la punta del iceberg , nos encontramos con que el papel de la mujer siempre ha estado subordinado en un mundo de hombres, creado por hombres y dirigido a hombres. Piensen en una película. ¿La protagonista es una mujer? ¿Habla con otras mujeres? ¿Sus conversaciones no están basadas únicamente en su interacción con los hombres? No es casualidad que les haya costado acordarse de una.
El arte ha sido siempre el lugar de la búsqueda de nuevas formas de representación, sin embargo y a pesar de que se haya avanzado bastante en los últimos años, todavía es muy difícil derribar los tópicos de género. Como mi idea no es otra que explicar de qué va todo esto de una manera sencilla, me centraré en un concepto recurrente en cualquier disciplina artística y con el que hemos crecido: el amor romántico.
Música, literatura, cine… todo infectado por los mitos del romanticismo y sus efectos nocivos. Relaciones de dependencia donde unx delega la responsabilidad de su propia felicidad en la otra persona o al contrario, donde carga sobre sus hombros el bienestar de su pareja, han invadido nuestras pantallas. Cada unx debe buscar el equilibrio físico, emocional y económico por sí mismx y a partir de ahí, si así lo decide, compartirlo con otra persona. Frases como sin ti no soy nada, el amor lo puede todo, somos inseparables o nadie te va a querer como yo están lo más alejadas del amor verdadero que podamos imaginar. Nos convierten en seres dependientes y posesivos, generando una serie de obsesiones e inseguridades que generalmente derivan en celos, reproches, insatisfacción y a menudo, violencia. En la actualidad se perpetúan muchos mensajes de relaciones tóxicas a través de canciones como Every breath you take, con películas como Pretty Woman, libros como Cincuenta sombras de Grey o musicales como La Bella y La Bestia.
¿Qué queda después de estas historias? Después de la pasión, la novedad y la adrenalina, ¿cuáles son las claves para vivir felices y comer perdices? ¿Quién nos ha hablado de la estabilidad emocional, la empatía, la igualdad, la escucha, el respeto o la pérdida del miedo como las fórmulas sexo-afectivas más sanas entre individuos libres? Parece ser que esto no vende.
Tampoco me gustaría dejar pasar la oportunidad de resaltar un detalle: cuando hablamos de Historias de Amor, básicamente nos referimos al amor heterosexual, como si el amor LGTBI fuera irrelevante o se quisiera invisibilizar ¿Les suena de algo? Y de esta manera, nuestro macho alfa of the universe, que ya sabíamos que era un hombre blanco y occidental, resulta que también es heterosexual.
En este contexto nací yo, hace algo más de cuarenta años. En la segunda parte de este texto, voy a intentar explicar cómo le afecta a un niño, en la constitución de su identidad, crecer bajo el yugo de la masculinidad hegemónica.
YO SOY MACHOTE PORQUE EL MUNDO ME HIZO ASÍ
Mi madre es costurera. Cuando se casó, dejó de ejercer profesionalmente el noble oficio para dedicarse a “sus labores”. Mi padre trabajaba de sol a sol para alimentar a sus tres hijas, sus dos hijos y su mujer. Como ven, en pleno siglo veinte, la cosa no había cambiado mucho con respecto a las cavernas. Con el tiempo, me fui dando cuenta de que niños y niñas no éramos iguales y ahora caigo en la cuenta de que esas diferencias se convertían poco a poco en jerarquías, en privilegios que, por lo general, siempre caían de cara para el mismo género. El colegio es el primer espacio donde niños y niñas tienen que relacionarse en sociedad y en el que van interiorizando los patrones asignados para ellxs. Lo primero que nos queda claro a ambos sexos es que todo lo que sea aproximarse a los roles impuestos al otro género es malo: ya sea por “nenaza” o por “marimacho”. Cada uno debe quedarse enlatado en su rol si no quiere ser diana de burlas o acoso. Obviamente, no nacemos con la idea de que los niños no lloran o las niñas no dicen palabrotas; es algo que yo fui aprendiendo a través de todo lo que me rodeaba; los juguetes eran diferentes, los de ellas trataban sobre el cuidado de bebés, la importancia de la estética o las labores del hogar, mientras que los nuestros trataban de acción, deportes o armas. Recuerdo una campaña de un famoso supermercado el día del niño: dos paneles publicitarios donde en uno, un niño con casco montado en un coche de carreras, alzaba los brazos en señal de victoria. “Con C de Campeón” rezaba la leyenda; a su lado, una cocina rosa y una niña armada con todo tipo de cucharones y batidoras. “Con C de Cocinera” se podía leer. Es sólo un ejemplo, hay decenas. Y si había que disfrazarse, nosotros de piratas, mosqueteros o superhéroes y ellas de princesas.
En muchos colegios, el uniforme de las niñas incorpora una falda, lo cual limita sus movimientos y las deja en una posición de vulnerabilidad. Desde pequeñas aprenden a “tener cuidado”. Más adelante tendrán que tener cuidado de no perder de vista a sus amigas en un festival de música o en una discoteca, de que no les echen nada en la bebida, de no volver a casa solas y de una serie de cotidianidades que en nuestro imaginario masculino no suponen un peligro. En la escuela, también aprenden a no molestar a los niños cuando están jugando al fútbol, lo cual les va a ayudar a entender por qué, más adelante, las gritarán si se entrometen entre la televisión y su futbolero marido.
Donde yo estudié, había varios niños que intimidaban y pegaban, en mi barrio había otros tantos. Seguro que cualquiera de ustedes se acuerda de alguno. Al menos en mi generación, era raro encontrar una niña que intimidase o que pegara. No hay nada innato que determine nuestra manera de relacionarnos, simplemente a ellas se las educaba para que fueran señoritas y a nosotros para que fuéramos unos machotes.
En paralelo, son estos años cuando empecé a tener contacto con el sexo, a través de la pornografía, género cinematográfico donde la mujer está sometida al hombre, cuando no vejada, humillada y maltratada en un tanto por ciento muy elevado. ¡Qué sorpresa, ¿verdad?!
Con estos mimbres, en el instituto se crean las primeras relaciones sexo-afectivas. El nivel de popularidad de ellos y el nivel de insultos al que se ven sometidas ellas, es directamente proporcional al número de personas con las que mantienen relaciones. Es un tema muy manido, lo sé, pero no por ello menos fundamental para entender muchas cosas. Los chicos que se liaban con muchas tías eran unos machotes y si ellas cambiaban de acompañante habitualmente, eran unas putas. A nosotros se nos enseña el ego y a ellas la culpa.
En el instituto, cuando eres hombre, aprendes que a los tipos duros se les respeta, incluso se les tiene miedo, pero es un miedo atractivo, es un miedo que te gustaría dar a ti; no quieres ser el empollón, el pagafantas o el calzonazos. Ese miedo pasa del instituto a las discotecas los fines de semana; no sé ustedes, pero donde yo crecí te podían dar una paliza por mirar a quien no debías.
Más o menos con esa edad es cuando mi afición al fútbol cambió. De una manera bastante irracional, en mi cabeza se instalaron enemigos acérrimos por vestir otros colores y la deportividad pasó a ser competencia y la competencia pasó a ser rivalidad y la rivalidad pasó a ser fanatismo (más o menos lo que está pasando con la política hoy en día). Con el deporte aprendí que, una vez más, los méritos de los hombres eran más importantes que los de las mujeres, ellos llenaban las portadas de los periódicos y ellas, con sus exuberantes cuerpos, sus mallas ajustadas y sus labios rojos, ponían la medalla, le daban un besito en la mejilla y cobijaban de la lluvia al “héroe”.
La publicidad seguía reforzando los estereotipos de género. El sector de la limpieza y el cuidado de la casa y de los hijxs presentaba a la mujer como única responsable; los anuncios de belleza e higiene recurrían al cuerpo femenino como un espacio de imperfecciones que había que corregir; y para completar, la publicidad dirigida a los hombres estaba repleta de cuerpos femeninos sexualizados como objeto de deseo.
Cojan este cóctel, agiten y sírvase frío en una despedida de soltero donde la frase es “sin putas, esto es un cumpleaños”. Todavía habrá algún hombre que se ría al leerla en este artículo y yo fui de esos hasta hace poco, no sólo de los que se reían, sino de los que promovía esa idea.
Otra frase que he escuchado a menudo es que si no hubiera prostitutas habría más violaciones porque los hombres no pueden reprimir sus instintos. Sí, señores, podemos reprimir nuestros instintos. De hecho, a diferencia de las demás especies, poseemos un cerebro lo suficientemente complejo como para desarrollar la cultura. Uno de estos factores es la plasticidad del cerebro humano, es decir, la capacidad de aprender y adaptarse a ese aprendizaje. La conducta animal se desarrolla básicamente en función de los instintos, de forma automática y sin que el sujeto tenga conciencia de ello. El ser humano no tiene instintos, tenemos una especie de residuos instintivos que se llaman impulsos. La diferencia con el instinto es que el impulso se puede controlar o reprimir. Basado en esto, los hombres que no pueden controlarse cuando ven unas tetas o un culo están, cuanto menos, faltos de cultura. Aunque la triste realidad es que estas actitudes no se limitan a los estratos más trogloditas de nuestra sociedad, sino que abarcan desde los círculos más refinados hasta la izquierda universitaria más reaccionaria. Todos somos hijos sanos del patriarcado.
Los años pasaban e iba absorbiendo y modulando mi identidad como hombre. Me matriculé en la Universidad y allí me topé con algo novedoso hasta ahora para mí: mujeres que hablaban de filosofía, literatura, historia con una seguridad y unos conocimientos muy superiores a los míos. Fumaban, bebían, bailaban, decían palabrotas, encabezaban manifestaciones estudiantiles, vestían como les daba la gana y se liaban con quien les daba la gana sin sentir culpa. Al escuchar la palabra “empoderada” todavía me vienen ellas a la mente. Fueron buenas amigas, con las que compartí mucho y aprendí más. A pesar de la atracción que podía sentir por alguna, mis miedos me impidieron acercarme más allá de la amistad. Miedo a no estar por encima de ellas, a no tener el control, miedo a estar con una chica segura de sí misma, miedo a no dar la talla. Cuando dicen que el machismo es dañino para ambos géneros se refieren a esto: al igual que la sociedad no acepta a una mujer gorda o peluda, tampoco acepta a un hombre débil o inseguro.
Esa es la razón por la que, antes de conocer a mi actual pareja con la que disfruto plenamente de una relación sana, he tenido tendencia a arrimarme a mujeres que yo consideraba que, de alguna manera, me necesitaban para ser felices. Grave error. Nadie puede ser responsable de la felicidad de otra persona, de hecho, la felicidad no se busca o se consigue, la felicidad se vive. Esa manera de relacionarme con las mujeres me causó mucha frustración; incluso llegaba a pensar que, por ser bueno con ellas, por portarme bien, por cuidarlas… me debían algo. Grave error y además peligroso porque pasamos del Sin ti no soy nada al Con todo lo que yo he hecho por ti. A esta parte no llegó Pretty Woman. En otros muchos casos, incluso hay quien busca aislar a la otra persona no sólo de su independencia emocional (amistades y familia), sino también de su independencia económica; cuanto más me necesite, más me va a querer. Estas desigualdades sólo generan infelicidad.
Junto con mis amigos, durante toda mi vida y casi sin darme cuenta, he tenido un buen puñado de comportamientos machistas; es algo con lo que convivimos y que normalizamos. A pesar de rodearme de hombres con mentalidades abiertas, tolerantes y en absoluto superficiales, caíamos en el chiste fácil, la sexualización de la mujer y una retahíla de micromachismos a los que nunca les hemos dado importancia porque nosotros no éramos machistas y tampoco era cuestión de exagerar o sacar las cosas de quicio como hacen las histéricas de las tías. En las calles, los bares, las carreteras… el hombre también ha jerarquizado los espacios públicos: cuanto más numeroso es tu grupo, cuanto más ruido haces o cuanto más intimidas a los que tienes alrededor, más machote te sientes. Las mujeres han tenido que luchar por esos espacios: andar solas por la calle, entrar a un bar, trabajar en él… no estaba bien visto hasta hace dos días; al igual que conducir, votar, comprarse una casa, tener una cuenta bancaria o disfrutar del sexo. Aunque los derechos básicos ya se han alcanzado en muchos países, a nivel global las mujeres todavía son esclavas de los hombres, sufren su violencia y no tienen los mismos derechos.
En relación a la violencia machista quiero ser muy cauto. No soy mujer, no la he sufrido y tampoco la he vivido de cerca. Ya que mis opiniones hasta ahora han estado basadas en experiencias propias, me limitaré a decir que los datos están ahí: no hay muchos países que registren el número de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas. En España desde el año 2003 han sido asesinadas más de mil y es uno de los lugares donde menos víctimas hay. México, por ejemplo, registró 726 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas sólo en 2019. ¿Se pueden imaginar las cifras a nivel mundial en lugares en los que no hay registros como La India, Arabia Saudí, Nigeria…? Por no hablar de las agresiones sexuales o el maltrato físico y psicológico al que se ven sometidas. Y todo esto dejando al margen las mujeres que son asesinadas por desconocidos por el mero hecho de ser mujeres. Si negamos esto, o si nos ponemos a la defensiva, lo único que estamos haciendo es perpetuar una violencia estructural que data del principio de los tiempos.
CONCLUSIONES PARA DESAPRENDER
Este artículo, o como se quiera llamar, me ha llevado a una aventura en la que el objetivo no era aprender, sino más bien todo lo contrario, desaprender. He descubierto nuevos horizontes, no solamente durante el ejercicio de escribir, sino gracias a los debates que se han ido generando mientras daba vida a este texto. Digamos que la teoría la tengo bastante clara y ahora hay que ponerse manos a la obra para poner en marcha los cambios. No digo que sea fácil, pero creo que será bonito intentarlo.
Las mujeres han conseguido poner su lucha en el tablero político y social de muchos lugares y ahora nos toca a los hombres secundar, apoyar y disfrutar de esta revolución. Yo veo el feminismo como un arma poderosa para cambiar las cosas y generar nuevos mundos. No lo veo como la lucha de las mujeres en contra de los hombres, sino la lucha de poner en lo más alto de la pirámide una serie de valores que tienen más que ver con el buen vivir que con la ley de la selva.
Así pues, unido al avance en los derechos y libertades que están logrando las mujeres debería haber un retroceso en los espacios de subordinación que ha adquirido el hombre. Si hiciéramos un paralelismo, diríamos que para que los países más desfavorecidos alcancen niveles óptimos de bienestar, los países que han monopolizado las políticas socio-económicas mundiales deberían decrecer para alcanzar una equidad. Es necesario crear imaginarios colectivos que no sean nocivos para el medio ambiente ni tóxicos para la convivencia, los dos grandes retos de nuestro siglo.
Como se ha podido comprobar durante todas estas líneas, hemos sido los hombres quienes hemos escrito la Historia, marcado las pautas a nuestro antojo, sin dudar en recurrir a la violencia si era necesario para perpetuar unas jerarquías raciales, de género y de identidad sexual. De esta manera, los modelos de masculinidad que nos han enseñado no son deseables.
Me genera cierta ilusión ver la manera en la que las mujeres reivindican su sitio. No lo hacen con piedras, ni con fuego, su resistencia no es violenta, a pesar de que razones no les faltarían. Sin embargo, su lucha está llenando las calles de color, de música, de danza, de arte, de creatividad. Si nos fijamos, por ejemplo, en el fútbol femenino, observaremos que en paralelo al auge de este deporte en nuestro país, no se están creando grupos ultras de mujeres que odian a otras mujeres porque sus bufandas son de diferente color. De hecho, me resulta difícil imaginar que esto pueda llegar a pasar. ¿Se imaginan enjambres de mujeres agrediendo sexualmente a un hombre o intimidando a un hombre que camina solo por la calle hasta hacerle pasar miedo? Tampoco son situaciones demasiado realistas. ¿Por qué? Yo no tengo la respuesta, pero la manera enlatada en la que ambos hemos sido educadxs quizás nos pueda dar una pista. Los genes influyen en nuestro comportamiento, pero no lo determinan; todo lo que escuchamos, vemos, decimos y sentimos va marcando nuestra identidad y nuestra manera de relacionarnos con otros seres humanos, con otros animales, con otros seres vivos o con la madre naturaleza.
Por eso es importante que nuestrxs hijxs estudien y sepan la otra historia. La historia de María Isidra de Guzmán, Rosa Parks, de Marie Curie, Emmeline Pankhurst, Ada Lovelace, María Zambrano, Rosalind Franklin, Katherine Switzer, Las hermanas Mirabal, Aurora Reyes, Alice Guy y tantas y tantas mujeres que, con su valentía, su empuje, su talento y su amor por la justicia también cambiaron el mundo. Educar en la cooperación y no en la competitividad, donde la dominación sea censurada socialmente y los cuidados, la empatía y el respeto por lo no hegemónico puedan crear un nuevo paradigma donde sinónimo de éxito no sea productividad sino regeneración. Una educación donde el motor que mueva nuestros actos, nuestros pensamientos y nuestro lenguaje sea el amor y no el miedo; donde el género, como construcción política y de control que es, desaparezca.
Rubén R. Mena