Si la justicia es el principio fundamental de la vida en sociedad, por encima de los intereses particulares, y si la justicia equivale a la equidad cuándo es resultado de un acuerdo libre e imparcial, no debería suceder que el nacer en una familia rica o pobre, blanca o negra, como mujer o como hombre, inmigrante o autóctona determine completamente tu futuro, y a ello debe contribuir precisamente la enseñanza pública.
Soy profesora de Biología en la escuela pública, adoctrinar, dicen, es lo mío. También deben adoctrinar el profesor/a de religión, que hace el mismo trabajo que yo pero sin pasar por una oposición, o el profesor/a de economía, la “ciencia lúgubre” como decía Keynes, cada uno a su manera, Lo cierto es que en ningún caso, desde fuera del aula se escuchan rezos fervorosos ni mantras neoliberales…
Lo que yo cuento en clase, sí podría ser considerado doctrina, de gran calibre y en toda regla, porque para comprender los mecanismos internos del “funcionamiento” de los seres vivos por medio del estudio de su origen, hábitos y estructura genética tengo que citar teorías como las de Mendel y su herencia, la de Pasteur y su descubrimiento de la microbiología, la de Humboldt y la ecología, los descubrimientos de mujeres como la ya fallecida Margulis, los hallazgos de Watson y el ADN (cuya doble hélice fue, por cierto, también descubierta por una mujer), y también del demonizado Darwin, pionero en la idea de la selección natural.
Y es que la base del método científico experimental es el principio de objetividad: «la naturaleza es objetiva y no proyectiva», no hay finalidad ni proyecto en la naturaleza. Darwin, en su libro El origen de las especies por selección natural ofrece una visión objetiva de la especie humana en la naturaleza. No hay proyecto ni hay centros absolutos. Ni la Tierra es el centro de nada, ni la especie humana es el centro de nada. Esas son los grandes logros de grandes científicos como Galileo y Darwin.
Sabemos que todas las ideas, hipótesis, teorías, que todo el conocimiento científico está sujeto a revisión, a estudio y a modificación, pero de todas ellas, las que existen en este momento representan la objetividad que quiero que mis alumnos asimilen tal cual. Pero eso no supone ni que tenga vocación proselitista pero tampoco que no me desagrade la manera dogmática, narcisista y totalitaria de las personas que defienden sus propias ideas como única verdad, esa seguridad tan descaradamente falsa que solo puede ser producto de una mente roma y chata, es decir, justamente lo contrario de lo que esperamos de ellos.
Pues bien: visto ya lo que yo tengo de adoctrinadora profesional, en todo caso sin afán ninguno de retocar almas, me perturba todo este ajetreo mediático por el famoso “pin parental”. Es obvio que es un subterfugio de las derechas -ultra y ultra/ultra- para ocupar el debate público y poner la zancadilla desde el principio al nuevo gobierno enarbolando la bandera del liberalismo. Es imposible tomarse en serio que la misma gente que abusa de las redes sociales para transmitir eslóganes falsos, simplistas y tuneados a gusto del incauto de turno vaya luego a tildar de adoctrinamiento a la enseñanza pública.
Cuando mis alumnos protestan acerca de para qué les va a servir para su vida cotidiana todo lo que tienen que ingerir en sus clases siempre maximizo mi respuesta, es decir, no creo que haya que achantarse, sino crecerse. La respuesta es, pues, que debes calentar la silla porque eso que te enseñan es el Legado de la Humanidad. Si tú, chaval, renuncias a tu condición de humano en su máxima expresión peor para ti, eso ya no es asunto de tu profesor ni del Estado.
El “pin parental” capacita a los padres a cerrarles las puertas a sus hijos a ciertas actividades o asignaturas que los demás chicos/as sí van a realizar y que así se pierdan cosas que aún no conocen y pueden ser potencialmente excitantes, y además debe tenerse en cuenta que sus padres pueden quererles mucho pero ser muy cazurros o facciosos. Perderían, además, el aprecio de la libertad, y el respeto a las instituciones del Estado que articulan nuestra relación con los demás. Y es que, como escribió Aristótoles, que sin duda fue el primer gran biólogo, en su Política:
Necesariamente será una y la misma la educación de todos, y que el cuidado por ella ha de ser común y no privado.
Marian González
Estupendo artículo, bien desarrollado y con un final muy aclaratorio, el pin parental cierra las puertas a los alumnos.