Vuelve a Esloquehay Luca Brassi, compañero en las letras, en las calles y en las redes. Genio y figura; puño y letra. Vuelve Brasi abrasando con su discurso libertino y ácido. En esta ocasión, para hablar de sexo y de amor y de beatas. Y de sacerdotes atormentados, miedo, cardenales conservadores, SIDA, celibato y libertad. Esloquehay reproduce a continuación su última producción. «Lo que defiendo, si se me entiende, es el amor libre», dice Luca, en estado puro. Brassi. Todo vuestro. [Foto: Patrice, de Robert Mapplethorpe].
Vuelve a la actualidad el tema de la castidad con el libro que estaba a punto de publicar el papa emérito junto con el cardenal Robert Sarah, líder de los conservadores, en el que iba a criticar la postura del Papa Francisco en el tema del celibato.
No soy partidario de la castidad, aunque se acabe la fuerza, siempre queda la imaginación, la mente. Cuando ellos dicen que «no hay que confundir libertad con libertinaje», yo elijo como filosofía, si no puedo como práctica, el libertinaje. Hace años conocí las sectas europeas de los libertinos desde el siglo XIII o los del «libre espíritu». Eran admirables. Respeto, sin embargo, a quienes tienen razones para practicarla: desde la ofrenda a su dios hasta el sacrificio personal, a los que tienen miedo al embarazo, las enfermedades, al castigo social. Pero que respeten ellos a los carnales. Lo que defiendo, si se me entiende, es el amor libre.
La iglesia católica, en cuya castidad de buena fe no creo, incita a «no seguir los impulsos del placer». ¿Por qué? «Porque el ser humano no se realiza siguiendo los impulsos del placer, sino viviendo la propia vida en el amor y la responsabilidad». ¡Como si fueran incompatibles! Qué extraña, confusa frase. Como si su fundador san Pedro no hubiera dicho que «más vale casarse que abrasarse». De donde se sabe que la Iglesia no ignora que la castidad es abrasarse, y que ese tipo de placer o ese tipo de amor es también una forma de no abrasarse en la castidad.
Lo peor es que se use, ahora, contra el pánico a las enfermedades. He vivido el SIDA hasta la aparición de los antirretrovirales, y sé que nadie elegía la castidad: preferían el riesgo.
La cuestión está, sobre todo, fuera de las metafísicas, en que la propiedad de los medicamentos que mejoran y ayudan sea expropiada en el mundo, que se fabriquen por millones y se den gratis en el planeta amenazado y sin remedios. Que los profilácticos no sean condenados, sino distribuidos y recomendados y explicados hasta por las religiones que están contra del principio del placer, que se usen por sus sacerdotes atormentados y luego castigados… Más vale el desenfreno que la castidad.
Luca Brassi