Tercera entrega de la serie Mis Queridos Gilipollas, que interpreto en AlcoSanse Today, en Radio Utopía. Serie epistolar en la que, cada quince días, en antena, me dirijo, con todo el cariño del mundo, a Mis Queridos Gilipollas. Esta entrega pertenece al programa emitido el 17 de mayo, poco después de celebradas las elecciones autonómicas que ha ganado Isabel Díaz Ayuso, que ha sido investida presidenta esta semana, con los votos a favor de Partido Popular y Vox. Así lo conté entonces. [Foto].
El Partido Popular no ha ganado la copa de Europa. Puede parecerlo. Es más, algunos sesudos analistas creen que ha sido así. Y así lo está vendiendo la ultraderecha mediática, Ana Rosa Quintana, Eduardo Inda, Francisco Marhuenda. Pero no ha sido así. El Partido Popular no ha ganado la copa de Europa. Ha ganado las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid. Bueno, en realidad ha ganado media legislatura. Porque la otra media ya la ha gobernado. Antes gobernaba con Ciudadanos, un partido que empezaba siempre en Venezuela y acababa siempre en Génova. Y ahora el Partido Popular no va a gobernar con Ciudadanos. Ahora va a gobernar, Isabel, con el aliento de Monasterio, Rocío.
El Partido Popular va a gobernar dos años. Porque dos años por delante le quedan a Díaz Ayuso para gobernar.
En realidad, antes de que se celebrasen estas elecciones, a Isabel Díaz Ayuso le quedaban dos años por delante de gobierno. O sea, que, en realidad, Isabel Díaz Ayuso no ha ganado tiempo. Porque va a estar en el gobierno exactamente el mismo tiempo que estaba previsto que estuviese. O sea, que el Partido Popular va a gobernar lo que estaba previsto. Ni más ni menos. Y la oposición va a estar en la oposición lo que estaba previsto. Ni más, ni menos. Eso sí, algunos sesudos analistas están vendiendo las autonómicas como si fueran la copa de Europa, y no, mis queridos gilipollas, el Partido Popular no ha ganado la Copa de Europa. Ha ganado las autonómicas en Madrid, una comunidad… entre 17.
Porque esa es otra, a veces da la sensación de que Madrid mide medio millón de kilómetros cuadrados, de que empieza en Pirineos y acaba en Tarifa. Y no, mis queridos gilipollas, Madrid no mide medio millón de kilómetros cuadrados. Eso es lo que mide España. Y la Comunidad de Madrid es una entre 17.
Sea como fuere, justo es reconocer que, tras las elecciones autonómicas que ha ganado Ayuso un par de cosas han quedado muy claras: (1) en la escena política madrileña es capaz de conseguir más votos la community manager de un perro que un rector de universidad, una doctora en Medicina y un doctor en Ciencias Políticas juntos. Es lo que hay.
Y (2) en la escena mediática madrileña es más probable, y desde luego más frecuente hoy, escuchar a los analistas de tertulia televisiva hablar del coletas que ya no tiene coleta que de los 15.000 muertos que ha dejado la pandemia, más fallecidos en nuestra comunidad que en ninguna otra. Sí, es lo que hay.
Por el camino, además, ha quedado Pablo Iglesias, sin duda, el más brillante político que ha alumbrado este país en los últimos diez años. Un intelectual de pensamiento moderno y atrevido. Orador brillante, de verbo resuelto y directo. Demasiado soberbio al principio, quizá. Cada vez, poco a poco, más mesurado. Más crecientemente equilibrado.
Cada una de sus intervenciones, en cada uno de los debates en que participó, le acrecentaba, le hacía más grande. Pablo Iglesias, un talento muy poco frecuente en política. No talante, que era lo que decían que tenía Zapatero. No. Talento, que es lo que hace falta cuando estamos al límite. Un hombre fuera de serie, sí. Un fuera de serie que, como todos los fuera de serie, ha levantado ampollas entre los mediocres.
Ese ha sido su problema: los mediocres.
Porque los mediocres (y eso lo saben muy bien mis queridos gilipollas) se sienten mejor representados por los mediocres. Mejor representados y menos vulnerables. Y por eso las clases medias -o, mejor dicho, mediocres- ponen en Moncloa a sujetos mediocres: mediocres como Aznar (el del bigotito, aquel que hablaba catalán en la intimidad, el que nos llevó a la guerra de Irak), mediocres como Zetapé (el que se quedó en los brotes verdes y no vio la crisis hasta el último minuto de la prórroga), mediocres como Rajoy, el de muy españoles y mucho españoles.
Pablo Iglesias, un grande de la política, mis queridos gilipollas. Sí, muy grande.
El vicepresidente de una nación de 47 millones de habitantes, novena potencia económica del mundo, que abandonó su cargo para competir en unas autonómicas en las que no había encuesta que le diera siquiera un segundo puesto. No había encuesta que le colocara siquiera al frente de la oposición. Sí. Eso hizo Pablo Iglesias.
Y, cuando pase el tiempo, y ya no haga falta destruir Iglesias, pues entonces, los mismos mediocres que hoy le llaman macho alfa, o el coletas, dirán que dejar la vicepresidencia fue todo un gesto, y que ese tipo de actos están al alcance de muy pocos y que abandonar tareas de gobierno en un momento histórico como este y blablablá. Cuánto macho alfalfa.
Mi hija la mayor votó el 4 de mayo por primera vez en su vida, 18 años recién cumplidos. No todos sus compañeros de curso pudieron hacerlo, porque no todos habían cumplido los 18 antes de ese día. «Ari por ejemplo los cumple en julio», me había dicho.
«Anda que la has hecho buena», le dije con sorna unos días después, por tocarle un poco las narices, y me puse un poco en el papel de mis queridos gilipollas. «Menudo desastre, campeona. Derrota total. Y encima el coletas va y lo deja. Para eso casi mejor no haber votado jajajá».
Ella se defendió -un poco cabreada- y con un poso de tristeza me soltó una frase que sigue resonando en mi cabeza y que para mí hace historia, narra historia.
Me dijo: «bueno, yo por lo menos podré decir que voté a Pablo Iglesias».
Yo también, Lucía.
Salud, compañero. Seguimos en marcha.
Buenas tardes, mis queridos gilipollas. Y a todos los demás, que no sois muchos. Sois tantos. Buenas tardes también.
Esta pieza ha sido leída en el programa AlcoSanSe Today, edición del 17 de mayo